viernes, 6 de noviembre de 2009

D. Juan gualberto Godoy. Domingo F. Sarmiento (hijo)

D. Juan Gualberto Godoy / 1864
Ensayo biográfico






Las musas son inmortales porque rejuvenecen aspirando el aura de la paz. Juan M. Gutiérrez


(Publicado en el Correo del Domingo , Agosto 14 de 1864).
La literatura argentina vive apenas en algunos de los poetas que han conseguido salvar su nombre del olvido y de la decadencia de nuestras letras, ahogadas en medio de las luchas y de las conmociones de la patria. Sin embargo, la última década ha sido feliz para el engrandecimiento literario. Algunas producciones históricas han creado nombres nuevos; y la grave tarea de recoger los elementos dispersos de nuestras letras ha sido iniciada con el fervor que inspiran los recuerdos grandiosos de los hombres que cantaron las virtudes bélicas de nuestra epopeya y que, como López, interpretaron el sentimiento popular, las ambiciones de un pueblo, lanzando al mundo el grito de independencia, en las estrofas sublimes del himno patrio.
Hubo una generación de poetas, cuyas figuras se destacan a través del tiempo, enérgicas y severas, como la época en que vivieron; inspiradas, como el fuego sublime que les daba aliento; grandiosas como la misión que se había encomendado, imponentes, como la escena en que entonaron sus cantos líricos.
A esa falange pertenecieron Luca, Lafinur, Varela, López, Rodríguez e Hidalgo quien desde las vecinas playas lanzaba esta imprecación contra la reconquista del coloniaje que amenazaba el pabellón de la patria, en aquel pedazo de la Republica:

"Si el tirano intentase arrebatarlo,
Antes en sangre y muerte se halle envuelto;
El día se encapote, gima el aire,
La bóveda celeste al ronco estruendo
Despida rayos, y la triste noche
Aumente su pavor..."


Los cantores de aquellas épocas eran hijos del entusiasmo y de la victoria, y las letras americanas eran intérpretes de un mismo sentimiento cuando lució el primer día de libertad y de independencia para el vasto continente de Colón. La poesía era guerrera entonces, porque en la guerra estaban las esperanzas del pueblo, porque la última ambición del pensamiento era sacudir la dominación y dar a cada americano un hogar propio. Vinieron en seguida Varela (D. Florencio), Echeverría, Balcarce, poeta tan notable el primero, como escritor político, cantor el segundo de una naturaleza grandiosa de nuestro suelo; sentimental, el último, y elevado en sus concepciones.
Llegábamos al momento decisivo y crítico de nuestra literatura. La historia iba ya a anunciar los fastos de una nueva nación, y la poesía tendería su vuelo a las regiones inmortales del pensamiento, para buscar allí los grandes preceptos, las nobles máximas que crean las escuelas de los pueblos y que son las entrañas de su literatura, ligada a su vida y a su gloria. La República iba a mostrarse al mundo grandiosa por sus hechos, sublime en nombre de su genio, cuando el cielo se oscureció y las liras enmudecieron, porque los poetas no cantan a la patria en medio de su dolor y de su llanto.
La literatura patria desaparecía entre el polvo de los combates de la guerra civil, y los bardos argentinos abandonaban el suelo que los vio nacer, dejando a los ingratos la herencia maldecida de un tirano que proscribía de sus dominios al genio y al talento. Una generación entera ha vivido en el destierro. La emigración ha sido el óbolo de sacrificios con que han contribuido millares de argentinos. En ella nacieron nuevos vínculos, porque en la desgracia está la verdadera fraternidad de los hombres.
Así, como algunos años atrás, la República estaba representada en sus poetas, como en sus congresos, cuando el lazo estrecho del pensamiento y del genio ligaba a Luca y a los Varela de Buenos Aires, con Rivera Indarte nacido en Córdoba, y Lafinur de San Luis, así en el destierro los argentinos salvaban la literatura de la patria, conservando la unidad del suelo que los vio nacer; y el día que la historia recoja los hechos de aquella peregrinación de veinte años, muchos hombres serán ensalzados porque supieron alimentar las tradiciones de la tierra natal, para llenar, más tarde con ellas, la inmensa laguna de negación de libertad y de pensamientos.
Durante la emigración comenzaron los primeros trabajos tendentes a popularizar los nombres de los literatos americanos: y es obra argentina el primer monumento que se haya elevado a las letras hispano americanas, La América Poética. En esa época aparecieron algunos hombres dignos de ocupar un puesto notable en la literatura patria, y que más tarde volvieron a la República para vivir ignorados en el lugar de su nacimiento, después de haber sembrado en medio continente los frutos de su genio.
Seríamos injustos, hoy que las letras vuelven a tender el vuelo, si no pronunciáramos, en este momento reparador, un nombre que tiene asegurado un puesto notabilísimo en nuestra literatura, y que es enteramente desconocido de las generaciones presentes. El hombre que responde a estos antecedentes es D. Juan Gualberto Godoy, poeta mendocino, cuya muerte ha acaecido el 16 de mayo de 1864, en la nueva población de Mendoza. D. Domingo de Oro, su amigo desde cerca de cuarenta años, anuncia su fallecimiento con estas palabras, dignas del respeto, que inspiran su nombre y sus canas:
"Don Juan Gualberto Godoy, ha muerto. Una de las más elevadas inteligencias de la República, una de las más altas ilustraciones de Mendoza se ha apagado", y más adelante agrega en su necrología: "no conozco sino incompletamente la historia de su vida pero con lo que conozco habría lo bastante para honrar la carrera mortal de muchos."
Vamos a trazar a grandes rasgos la vida del hombre, el carácter del poeta y las vicisitudes de su existencia; y sentimos en el alma no tener el acopio suficiente de datos para mostrar, hecho por hecho, los detalles de su vida. Nuestro trabajo, pálido e incompleto, aparece sólo como una muestra de respeto a la memoria de D. Juan Godoy, dejando a manos más hábiles la tarea de estudiar su vida y su genio.
D. Juan Gualberto Godoy nació el 12 de julio de 1793 en la ciudad de Mendoza, capital de la provincia del mismo nombre en el far west de la República, al pie de los Andes, cuyo aspecto sobrecogía al poeta, haciéndolo decir:

"¡En qué tiempo, en cuál día o en qué hora
No es grandioso, soberbio e imponente
Altísima montaña
Tu aspecto majestuoso!"


Aprendió a leer en una escuela de mujeres, y a la edad de siete años le enseñó a escribir D. Alejo Nazarre, interventor entonces de tabacos en Mendoza y más tarde gobernador de la provincia en los primeros días de la Revolución. En la escuela de los Belermos estudió la gramática latina, adquiriendo algunas otras nociones puramente rudimentales. D. Juan Godoy había adquirido una forma de letra tan gallarda y correcta, que tuvo desde sus primeros años asegurada su subsistencia con este talento, dirémoslo así, vulgar. A la edad de doce años, le valió un puesto en la Tesorería de la Real Hacienda, donde permaneció hasta 1809.
La ausencia de su padre, durante algún tiempo, le obligó a interrumpir los pobres estudios que entonces se cursaban públicamente, entregándose al cuidado de la chacra paterna y a las labores rurales. Como una muestra de carácter útil y emprendedor, señalaremos su empeño en obtener vinos por los medios más naturales y fáciles, en un lugar donde esta industria no se había despertado aún, ni asumido ésta las proporciones que tiene hoy día. Debido a su empeño y constancia consiguió iniciar en 1811 los primeros trabajos tendentes a dar vida a esta industria. Sería este solo título suficiente para recordar su nombre como acreedor a la consideración que merecen los creadores de hechos útiles, si no descollara a mayor altura como entidad conspicua en nuestra literatura.
Muy pobre era la educación que debía a sus maestros para que bastara a preparar su espíritu a las grandes concepciones; pero D. Juan Godoy "había nacido poeta, según la expresión de D. Domingo de Oro, como nació amigo de la virtud, como era sincero y generoso." Su talento fue cultivado por él mismo, y todo se lo debió a sus propios esfuerzos y a su constancia. Apasionado desde muy niño por la lectura de poesías, leyó cien veces los escasos volúmenes que componían su biblioteca. Las únicas obras poéticas que tenía a la mano eran Quevedo y La Araucana de Ercilla, y en ellas bebió, en cuanto lo permitía su talento original, el espíritu y el carácter de la poesía castellana que más tarde llegó a conocer con la perfección de un literato consumado. Pertenece D. Juan Godoy a esa clase de hombres que saben, sin llevar sello de los maestros, inteligencias cultivadas y despiertas, que no tienen despachos universitarios, y que jamás se han inscripto en las matrículas de las aulas.
No tenemos datos ciertos sobre la época en que hizo sus primeros ensayos poéticos; él mismo nos ha asegurado no recordar cuándo tentó su estreno, pero su carácter elevado y severo, lo impulsó desde muy joven, a criticar todo abuso, a corregir todo yerro. Poeta de alma y de conciencia, la forma favorita de su pensamiento escrito era el verso, fluido y fácil, como todo lo que responde a la predisposición natural de una inteligencia fecunda y vigorosa.
En 1817 hizo su primer viaje a Buenos Aires regresando a Mendoza casi inmediatamente a continuar sus labores agrícolas al lado de su padre. Ni este viaje, ni otro que hizo el año 22 le sirvieron para aumentar sus conocimientos; sin embargo, en el último, hizo relación con el Dr. Lafinur, quien le invitó por repetidas veces a publicar en el Verdadero Amigo del País, diario fundado bajo sus auspicios, algunas de sus composiciones.
En este diario vieron la luz pública, por primera vez, dos o tres poesías de D. Juan Godoy, cuyos títulos no hemos podido obtener. Vuelto a Mendoza se dirigió a Chile conduciendo una factura de efectos, donde permaneció ocupado en el comercio en calidad de dependiente, hasta el año 24, que regresó a su ciudad natal. Continuó durante algún tiempo en el comercio, vendiendo desde el mostrador no sólo lienzos, sino también composiciones poéticas para los gauchos cantores, para dar días y celebrar aniversarios de personas queridas de cuantos solicitaban este favor del poeta fecundo e ignorado; Don Juan Godoy poseía ese estilo fácil impregnado del lenguaje decidor y vulgar de nuestros gauchos. Era algo de lo que es Trueba para la España: un cantor de escenas llenas de animación v de fuego, entonadas en voces accesibles a todos y con el tinte vivo de la palabra vulgar, con el lenguaje estropeado con modismos nacidos de buena fe en la gente del pueblo, llenos de verdad y de vida.
D. Juan Godoy fue el primero que ensayó en la República el metro de los payadores, haciendo versos notables, ya por la dulzura y el sentimiento de que estaban impregnados, ya por la sátira punzante que fustiga los vicios y desmanes sociales, en la forma genuina del cantor gaucho. Hemos dicho, el primero, teniendo presente la época en que apareció el "Diálogo Patriótico entre Chano y Contreras" de D. Bartolomé Hidalgo. Algún tiempo antes de esta publicación D. Juan Godoy escribió e hizo imprimir su Corro, folleto de treinta páginas en octavo, compuesto en el mismo metro y la misma habla que el anterior y alusivo al Coronel Corro, que traba un diálogo con un gaucho, su amigo, después de su derrota y expulsión de San Juan, donde había encabezado una revolución. Esta composición y mil otras, que todo Mendoza conoce, daban a D. Juan Godoy una especie de influencia social, de un carácter correccional y moralizador. No ha habido desmán ni arbitrariedades, abusos o vicios de que no haya protestado en versos enérgicos y satíricos hasta lo sumo, y como él decía en sus últimos años, se había sentido poeta, cuando se había indignado ante arbitrariedades insoportables: "mi inclinación era hacer versos burlescos contra todo lo que me parecía malo" y a fe que con genio y con espíritu digno de Quevedo había para hilar largo, allí donde los abusos no eran escasos.
"La causa de los buenos principios lo tuvo siempre entre sus defensores, y el Juvenal mendocino enarboló el látigo de la sátira contra el vicio cínico y contra la arbitrariedad que lo escudaba. En aquellos tiempos se necesitaba para obrar así más valor que para pelear en los campos de batalla. En estos se podía sucumbir sin perecer. El escritor arrogante, que había hecho de su pluma un escalpelo para poner al descubierto los senos más hondos del cáncer social, estaba condenado de antemano para cuando cayese en las manos de los sostenedores del arbitrario."
El año 24 fundó en Mendoza un periódico titulado el Eco de los Andes, redactado por él y varios de sus amigos. Dos años más tarde redactó el Iris Argentino y junto con este el Huracán, periódico de circunstancias, escrito en verso de punta a cabo, satírico como los más, y en el que aparecieron los primeros retratos de cuanto personaje tenía alguna posición en Mendoza. Las personas de aquella época recuerdan estrofas enteras de aquellas descripciones picantes, en que cada tipo está diciendo a voces: soy fulano, tal es la precisión y exactitud de aquel diseñador de fisonomías y caracteres. No eran tiempos aquellos en que la constitución garantiera en Mendoza la libertad de imprenta, ni los gobernantes de entonces dejaban de ser hombres para no vengarse de las sátiras: el Huracán fue suprimido y D. Juan Godoy tuvo que escapar a uña de caballo de aquel gobierno que le perseguía encarnizadamente, porque se había tomado la libertad de hacer su boceto, ya que no su retrato.
D. Juan Godoy volvió a Buenos Aires, residiendo alternativamente en esta ciudad, en Dolores, y en el Tuyú hasta 1830, que regresó a Mendoza, redactando un nuevo periódico satírico, el Coracero, lo que le valió la emigración a Chile y el destierro por más de 26 años. Pocos hombres hay que como él se hayan servido con tanta ventaja de la poesía para corregir, con estrofas admirables, errores administrativos, faltas judiciales, y cuanto aparecía en su provincia de malo y abusivo. Su palabra era siempre la primera que lanzaba el grito de reprobación, y puede decirse de él, que era un verdadero poeta, porque sus composiciones mostraban a la vez los arranques del genio y los impulsos de una alma bien templada, honrada y justa.
Durante su residencia en Chile se sirvió de sus talentos más vulgares para proveer a su subsistencia, y, a pesar de esto, obtuvo más tarde puestos honorables en la administración de aquel país hospitalario, que dio abrigo a los argentinos en la época aciaga de nuestra historia.
Hasta 1837 fue maestro de escuela pública en la Cañadilla, barrio apartado de la ciudad de Santiago, oficial 2° de la Secretaría del gobierno local de Santiago, maestro de caligrafía en la Academia Militar, y Oficial único de la Secretaría del Cabildo, consecutivamente hasta 1839, época en que tomó la dirección de un establecimiento de minas de oro en la provincia de Colchagua. Volvió a Santiago poco tiempo después, ocupando el puesto de oficial auxiliar en la Intendencia hasta el año 42 en que se le envió como Oficial de la Legación de Chile en el Perú. No sentándole bien el temperamento de Lima, regresó a Chile, después de año y medio, donde pocos días después de su llegada obtuvo el empleo que había dejado al partir, desempeñándolo hasta 1847. El intendente D. Juan María Egaña lo llamó a la Secretaría de la Intendencia el año 48, destino que abandonó para tomar la dirección de la Escuela Normal de Profesores. El año 53 fue nombrado Diputado al Congreso Legislativo de la República Argentina, honor a que renunció por estar comprometido al servicio de Chile. Viejo, enfermo y achacoso, volvió a Mendoza en 1856 buscando alivio en el temperamento de su ciudad natal para su enfermedad al pecho, de que sufría desde joven. Varios cargos públicos desempeñó en Mendoza, pero las disensiones intestinas, las luchas de partidos que todo lo hieren, lo obligaron a aceptar el puesto de canciller del Consulado de Chile en Mendoza, buscando así un abrigo en el pabellón de la república hermana, contra los rencores y los odios enconados que lo perseguían, robándole la tranquilidad que merecen las canas del anciano. D. Juan Godoy es uno de esos hombres que no tendrá un puesto en nuestra historia política porque no ganó batallas, ni fue magistrado, ni orador; pero cuando se conoce la multitud de hechos a que ha contribuido con su espíritu justo y elevado; cuando se miden sus sufrimientos y las acciones que hacen al hombre, no se puede prescindir de saludar con respeto su nombre, que nuestra literatura conocerá como poeta el día que haya verdaderamente literatura nacional, es decir, el día que reluzcan para todos las obras de los hombres ignorados, porque su teatro fue pequeño y apartado de los grandes centros de población.
D. Juan Godoy nació poeta, hemos dicho en alguna parte de este ensayo, y sus inspiraciones llevan impreso el sello del genio y del carácter eminentemente filosófico de la poesía de la verdad y del pensamiento. Pertenece a esa escuela de poetas que han comprendido su misión y que han dicho con Rivera Indarte: "La poesía debe tener una misión de premio y de castigo, y no perderse en el platonicismo de las ideas, ni en la espiritualización del amor." No ha cantado él, ni a la belleza, ni a las flores, sin sembrar de pensamientos profundos el velo diáfano que cubre los encantos de esas armonías vagas que deleitan el oído, a riesgo de no dejar frutos al espíritu. En sus cantos líricos hay nervio y suavidad, mientras se alza rudo y cáustico en sus estrofas satíricas, poderosas como los yambos de Juvenal, y llenas de sal, que pudiera llamarse argentina, tan impregnada está de los dichos populares, y de las frases conocidas del hombre culto y del gaucho de la pampa.
Si fuéramos a juzgar el espíritu de sus producciones y de los pensamientos elevados de que están nutridas, no podríamos menos de reconocer, que campea en ellas el carácter de la poesía inglesa por lo profundo del concepto, lo meditado de la idea, exacta siempre en la expresión, y analizadora como el desarrollo de una investigación de la ciencia. D. Juan Godoy más poeta, más satírico que Moore, tiene puntos de conexión con Bloomfield, el zapatero intérprete digno de la poesía popular. Godoy no sucumbió como éste a los desencantos, sino que cuando su nombre era conocido como cantor popular, y su fama de payador iba creciendo como la de los payadores del siglo XII, remontó más alto su vuelo, y en las elevadas regiones del pensamiento cantó sus inspiraciones envueltas en la amargura de la situación de su patria, o en los preceptos intransigentes del arte en las altas concepciones del espíritu.
Enarbola el látigo de Juvenal y levanta a la moral ultrajada y contiene un desmán pronto a producirse, teniendo a raya los abusos en su provincia; canta desde el destierro a los Andes y no puede escapar a la descripción de la época primaria de la creación.

"En la edad primitiva de la tierra,
Cuando el fuego voraz que en lo más hondo
De sus senos recónditos se encierra,
Más a la superficie se acercaba;
Y cuando en cada una
De tus cumbres altísimas se veía,
Que en torbellinos de humo ardiente lava
El Cráter inflamado despedía,
De cien volcanes, cuyas erupciones
Nuevos montes y valles, nuevos lagos,
Dejaron por señal de sus estragos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Se inspira recomendando la palmera, y revela en cada estrofa ese sentimiento íntimo que nos domina, al escuchar el manso murmullo del arroyuelo o el ruido misterioso del follaje agitado por las brisas, sentimiento explotado diestramente por Chateaubriand en su lucha contra el escepticismo y los enciclopedistas y que ha hecho decir "que devolvió al cielo y a la tierra las armonías misteriosas que tienen con la existencia humana". Don Juan Godoy en la Palma del desierto describe, medita y deja en sus observaciones, un bálsamo purísimo que perfuma toda la composición, halagando sentimientos íntimos que despiertan con las armonías vagas de la naturaleza y de la vida.
Tomamos las siguientes estrofas de esa composición dedicada a don Carlos Bello.

"Palma altiva y solitaria
Que en los bosques te presentas
O en agreste falda ostentas
Tu gigante elevación.
Ese ruido misterioso
Que se escucha en tu ramaje
¿Es acaso tu lenguaje;
Es tu idioma, es tu expresión?
Respondes, quizás y no entiendo
Tu respuesta, palma bella
Por más que quisiera en ella
Lo que dices comprender.
Mas yo escucho tu murmullo
Y que tú me hablas sospecho.
¡Ay, no puedo satisfecho
Tus palabras entender!
De tus abanicos verdes,
Por el céfiro movidos,
Los misteriosos sonidos
Creo que palabras son.
Porque ¿qué es la voz humana
Si palabras articula,
Sino el aire que modula,
El hombre con precisión?
Si él expresa en sus palabras
Ideas y pensamientos,
Quién sabe si tus acentos
Ideas no son también?
Ideas que a tu modo
Expresas en tu lenguaje
Modulando en tu ramaje
El aire con tu vaivén?


Y más adelante en la misma composición agrega que quiere a la palma, por su aspecto, su belleza:

Más, sabiendo que a las naves
Do truena el bronce horadado
Jamás una tabla has dado
Ni a una lanza duro astil.


Idea que más de una vez encontramos repetida en sus composiciones, bajo diversas formas: muestra de aversión profunda a esa laboriosidad del hombre empleada en buscar medios de destrucción y de luchas.
D. Juan Godoy tiene producciones eminentemente poéticas: La llanura de mi patria, El Ciprés, La Campana, digna del canto de Schiller, El Sereno, y otras más, entonadas al compás de la lira grave y majestuosa: sus cantos líricos a Mayo en el de 1849, notable por los pensamientos que encierra.

¡República! ¡República! es el grito
Que de un polo a otro, reproduce el eco;


Exclama él, contemplando el movimiento de la revolución francesa de 1848, que parecía iniciar la vida de la democracia para la Europa; y luego dirige sus ojos a la patria y no puede dejar se decir:

¿Y el argentino que a este grito santo,
En ochocientos diez, se hizo guerrero,
El único será que no le escuche,
Y resignado encorve al yugo el cuello?
Si esta es la suerte que el cielo nos depara,
En tierra extraña queden nuestros huesos:


Este último verso recuerda el anatema de Moisés a los hijos de Israel, tan solemne es su composición, tan bien expresado se encuentra el último suplicio del hombre, la pérdida del hogar y de suelo natal.
Publicamos íntegros los cantos La campana y El sereno que aparecieron el año 42 en los periódicos de Chile:

El Sereno
(año de 1842)
Mientras que en sueño profundo
Yace el pueblo sosegado,
De un segundo a otro segundo
Anuncia el sereno al mundo
La hora que el reloj ha dado.


Cada calle está desierta,
Todo en silencio descansa:
Sólo el sereno está alerta,
Como en el alma despierta
Está siempre la esperanza.


Pero este hombre misterioso
Que sólo de noche vive
Que ni en tiempo borrascoso
Busca en el lecho reposo,
¿Por qué tanto se desvive?


Así la esperanza, amiga,
Es perpetuo centinela
Que en el corazón se abriga;
Y que nunca en la fatiga
Se cansa de estar en vela.


Cual de copioso raudal
Bajo la lluvia a torrentes
Y un silencio sepulcral
Está la plaza, el portal
Do suelen bullir las gentes.


Mas la voz estrepitosa
Que a la par del ronco trueno
Se oye en noche tempestuosa,
Cuando todo en paz reposa,
Esta es la voz del sereno.


Se divisan a lo lejos
Vislumbres de una luz vaga,
Cuyos destellos bermejos
Son los últimos reflejos
De un farol que ya se apaga.


Y al siniestro resplandor
Que arroja su luz rojiza
Por todo el alrededor
¡Cual espectro aterrador
Al sereno se divisa!


Como en lóbrego panteón
Marcando con pase incierto
A la extraviada razón,
Pinta la imaginación
La triste sombra de un muerto.


Viene el trémulo tañido
De la sonora campana,
Por el aire conducido
A decirle en el oído
Son las dos de la mañana.


Al instante arroja el pito
Un silbido prolongado;
Y en seguida anuncia un grito
¡Que en el abismo infinito
Otra hora se ha sepultado!


De la noche a la mañana,
Cada minuto de la hora,
Interpreta en voz humana
Los golpes que la campana
Arroja grave y sonora.


Pero este reloj viviente,
Retumbo de la campana
Buscaría inútilmente
En el instante presente
El de otra hora muy temprana.


Pasó para no volver,
Y eterna será su huida:
Que la hora que pasó ayer
Es una hora que el no ser
Cercena de nuestra vida.


No la detiene en su casa
Aquel de tesoros lleno:
Ni aquel de fortuna escasa,
Pues que para todos pasa
La hora que canta el sereno.


Porque junto con la voz
Que nos dice la hora nueva,
El tiempo que huye veloz
Se apodera de las dos
Y a la eternidad las lleva.


Pasa para la belleza,
Que nos encanta y subyuga,
La hora que va y la que empieza
Dejando sobre ella impresa
La línea do habrá una ruga.


No pasa con más despacio
Por la techumbre dorada
De las salas de palacio;
Ante si, corre su espacio
Con rapidez duplicada.


Pasa para el orgulloso
A quien cupo por fortuna
Llevar un nombre famoso;
Para el viejo y para el mozo,
Y para el que está en la cuna.


Y en este eterno pasar
De una hora tras la siguiente
Caminamos sin cesar;
Sin que podamos parar
Aun el instante presente.


Porque al decir los serenos
El instante que entonces es,
Ya es uno de los ajenos
En nuestra vida de menos
El otro instante después.


Y en tanto que el tiempo vuela,
Y nuestra vida se estrecha,
El sereno es centinela
Que anuncia que el tiempo es tela
De que la vida está hecha.


Porque bien examinada
¿Qué es una hora vivida,
Más que una hebra bien delgada,
Que con otras enlazada
Forman el tejido vida?


¿Pero qué sirve este aviso,
Que por momentos tenemos
Cuando el tiempo escurridizo
Se nos pasa de improviso
Sin que una hora aprovechemos?


Sumidos en sueño incierto
Nos ve cada hora en su huida
Hacer de la vida muerte
Acortando de esta suerte
Los momentos de la vida.


Porque en suma ¿qué es dormir?
¿No es morir un tiempo dado?
Y si el dormir es morir
¿No es la vida disminuir
El tiempo al sueño entregado?


En vano canta el sereno
Las horas que van pasando,
Si tratamos como ajeno
El tiempo malo, y el bueno
Que el sereno va anunciando.


Así en vano voltejea
El cárabo taciturno,
Cuando con su luz plata
El astro de Citerea
El denso manto nocturno.


Igual resultado deja
El sereno en favor nuestro
Cuando nos canta en la oreja,
Que el vuelo con que se aleja
Aquel pájaro siniestro.


Así con celeridad
De un instante en otro instante,
Sin valuar su brevedad,
Vamos a la eternidad
Tras otros que van delante.


Allí es donde todo para,
Y de donde nada vuelve
A pasar por do pasara
Desde que en su seno avara
La eternidad nos envuelve.


¡Triste aquel que solo espera
Respirar el aire ajeno;
Para quien la hora postrera
Proscrita en tierra extranjera
Ha de anunciar el sereno!


Descubren estos versos la índole de las composiciones de Godoy. Domina en ellas la espontaneidad del espíritu pensador, y, sin esfuerzo, desarrolla nuevas fuentes de meditación en cada una de sus estrofas.
Quien conozca algunas de sus producciones satíricas podrá medir cuán vasto es el campo en que ha ejercitado su plectro, cuán fecundo su ingenio.
La campana está tañida con mano maestra; y las escenas variadísimas, arrancadas a su vibración, revelan un verdadero talento.

La campana
¡Campana grave y sonora!
Cuando el martillo te ha herido
Del reloj para dar la hora:
Cuando viene hasta mi oído
Tu voz fuerte y vibradora.


No es entonces una queja
Que el golpe le arranca al bronce,
La que retumba en mi oreja;
La voz del tiempo es que entonces
Me dice adiós, y se aleja.


Cuando tu voz por el viento
Parte desde el campanario,
Y anunciando va el momento
De concurrir al santuario
Para el sacrificio incruento,


Entonces no es tu sonido
La articulación o voz
Que el martillo ha producido:
Es esta la voz de Dios
Que a sonar viene en mi oído.


Cual el de la voz humana
Es el misterioso son
De la armoniosa campana,
Que en cada nueva inflexión
Nuevo sentimiento emana.


En la noche torva, oscura,
Cuántas veces tu cadencia
A mi mente se figura
El grito de una conciencia:
¡Que en la soledad murmura!


Si al alba, dulce y canora,
Acompañas la avecilla
Que hace el saludo a la aurora,
Eres la expresión sencilla
Del alma que a Dios adora.


Un repique estrepitoso
Dice que al mundo ha venido
Un niño tierno y hermoso
En que ve reproducido
El padre su ser dichoso.


Pero suena de otra suerte
Esta campana y anuncia
Que un joven robusto y fuerte,
Cual débil tallo de juncia,
Cayó al golpe de la muerte.


Resuena su triste acento
En la noche silenciosa,
Para avisar el momento
Que a una madre y tierna esposa
Le llevan el sacramento.


Cada uno desde su lecho,
Al escucharte, campana,
Dice dentro de su pecho:
Quizás sonarás mañana
Por mí anunciando igual hecho.


También en medio del día
Con acento lastimero
Y fúnebre melodía
Anuncias al pueblo entero
De un anciano la agonía.


En continua vibración,
En voz majestuosa y recia,
Convoca a oír el sermón
Que precederá en la iglesia
A la devota oración.


Con plañidero sonido
Das el aviso en compendio,
De que el fuego embravecido
En las llamas de un incendio
Una casa ha consumido.


Cual prolongado sollozo
Que arranca intenso dolor,
En retumbo cadencioso,
Que no envíe otro temblor
Suplica al ser poderoso.


Conmoverá tu sonido
Al corazón más bastardo,
Cuando al viajero perdido
Le anuncia en el San Bernardo
Do será bien recibido.


Pero no sólo es, campana,
La voz de la religión
Ese son que de fe emana,
Es también la expresión
De la alegría mundana.


Y ¡cuántas veces ha sido
Talismán afortunado
Tu retumbante sonido,
Que en defensa del estado
A los hombres ha reunido!


Para unir la muchedumbre
Y resistir a la España
El indio sobre la cumbre
De una elevada montaña
Encendía una gran lumbre;


Y el antiguo Caledón
Despachaba mensajeros
Cada uno con un tizón,
Que citasen los guerreros
De los Clanes a reunión.


En la campana tenían
Un medio más pronto y cierto,
Nuestros padres, si querían
Reunirse en Cabildo abierto
Y a su toque concurrían.


¿Quién será aquel que no estime
Conservar en su memoria
Un punto que le aproxime
A esos tiempos de gloria
En su recuerdo sublime?


Cuando esos héroes supieron
Vengarse de las injurias
Que los reyes les hicieron;
Y el yugo de tres Centurias
¡Tan animosos rompieron!


¡Para tí, Patria querida,
Ese tiempo es ya pasado!
Una turba envilecida
De esclavos ha reemplazado
Aquella gente escogida.


Ahora el tirano llama
Como a su perro el pastor,
Esa junta que proclama
Héroe, a un vil degollador,
Cuando más terco la infama.


Para defender sus fueros
Ha puesto ya la nación
En campaña sus guerreros.
Forzoso es que haya una acción
En que midan sus aceros.


Cada uno tira la cuenta
Del día en que debe ser
Esta batalla sangrienta:
Todos quieren entrever
Lo que el general intenta.


En un mapa aquel calcula
Con el compás la distancia
Do las huestes acumula:
Otro allá con arrogancia
Los movimientos regula.


Viene un posta a dar aviso
Que la acción está empeñada
Y anuncia que de improviso
Se principió la jornada
Y que el triunfo está indeciso.


Crece entonces la ansiedad,
Y las conjeturas crecen:
Inquieta la sociedad
Sólo corrillos ofrecen
Las calles de la ciudad.


En sudoroso corcel
Cruza un militar la plaza.
Descubrir quieren en él
No un simple oficial que pasa
Y le siguen en tropel.


Rodeado de esta caterva
Llega a casa del Gobierno,
Y sin ver que se le observa
Penetra al recinto interno
Con afectada reserva.


Con más zozobra y cuidado
Todo el concurso se afana
Por saber el resultado,
Hasta que al fin la campana
Dice la acción se ha ganado.


En los rostros la alegría
Cual chispa eléctrica corre;
Ya ninguno desconfía
Desde que escucha en la torre
La bulliciosa armonía.


¡Triste el que en tierra extranjera
Desde su patria lejana
Alguna noticia espera!
Muda es para él la campana
Para otros tan vocinglera.


Tu alegre detonación
Recuerda el día grandioso
En que la revolución
Pendió a sus pies el coloso
De tres siglos de opresión.


Y en tanto que la alegría
Se expresa con tus sonidos,
El pie de la tiranía
Huella los lares queridos
¡De la dulce patria mía!


No quieras, por Dios, sonar
Saludando el primer rayo,
Que sobre el Plata ha de enviar
El próximo sol de Mayo,
Si al tirano ha de alumbrar.


Muera ese tirano atroz
Antes que llegue ese día;
Y si no, calle tu voz;
No haya un eco de alegría
Ni aun fugitivo y veloz.


Entonces en mi último aliento
¡No sonará la campana
Que anunció mi nacimiento!
Proscrito en tierra lejana
No tendré ni este contento.


En la América Poética están reproducidas tres poesías eróticas de D. Juan Godoy; Malvina , que comienza:

Cuando ya tu voz, Malvina
Siguiendo cada inflexión,
Del tierno armonioso son
Que exprime tu alma divina;
Cuando tu mano graciosa
Pulsa la trémula cuerda,
Sin que a su contacto pierda
Su blandura deliciosa:
Entonces, bella Malvina
Imposible es que haya una alma
Que se mantenga en su calma
En tu presencia divina.


Y las otras dos A una dama que pasaba en su calesa, y A una joven vestida de luto, ambas notables como la anterior, por la armonía del ritmo y la suavidad de las imágenes.
D. Juan Godoy, poeta fecundo y de versificación fluida y fácil, ha tenido siempre una estrofa a la mano para el amigo, para el álbum del viajero, y pocas personas hay de las que lo hayan conocido que no recuerden alguna improvisa suya. El Constitucional de Mendoza ha publicado en los primeros meses de este año varias producciones jocosas de Godoy, escritas en la última época de su vida. Ni los años, ni los achaques de su enfermedad al pecho, han bastado para debilitar su vena.
El día en que alguien se encargue de compilar sus producciones, recogiendo las publicadas en los diarios de Chile y el Perú, y las que corren en Mendoza manuscritas y conservadas por la tradición, estamos seguros que asombrará el número crecido de sus poesías, suficientes para llenar volúmenes.
Diremos, para cerrar estas líneas, trazadas con mano inexperta, que D. Juan Godoy es digno de ser llamado a juicio por nuestros literatos; y sus composiciones, una vez conocidas, darán un nombre nuevo a nuestras letras, tan descuidadas y tan acreedoras a ser conocidas; que sus cantos patrióticos, sus actos y su vida revelan un alma bien templada, a prueba de infortunios, una intención sana que ha hecho decir a los que lo conocían "que en su vida había lo bastante para honrar la carrera mortal de muchos" y, en fin, que su fama de poeta será inmortal cuando se abran para él las puertas del Parnaso, como uno de los representantes de la poesía inspirada en las verdaderas fuentes del pensamiento, en las musas inmortales que nominaron las generaciones poéticas del porvenir: la Fe, la Religión, y la Libertad.

NOTAS
Debemos al erudito autor de los Recuerdos Históricos de las Provincias de Cuyo algunas observaciones sobre hechos narrados por nosotros en el Ensayo Literario que hemos publicado en los números anteriores de El Correo del Domingo .
Al escribir algunas líneas que dieran a conocer el nombre de D. Juan Gualberto Godoy, cumplíamos con un deber de conciencia, para con el hombre eminente a quien los sucesos o la casualidad habían aislado del movimiento literario, sorprendiéndole la muerte, ignorado de una generación entera.
Nuestro acopio de noticias estaba muy lejos de ser rico y casi todo lo debíamos a reminiscencias más o menos remotas o a datos adquiridos oralmente.
Lo único que teníamos de positivo e innegable eran algunas composiciones suyas; y por ellas, y la lectura que habíamos hecho de las demás durante nuestra residencia en Mendoza, el año 62, juzgamos su mérito de poeta y la índole y el carácter de sus variadísimas producciones. Partiendo de esta base no era difícil que incurriéramos en algunos errores; pero siempre estamos dispuestos a rectificarlos, con tal que nuevos o mejores datos vengan a enmendar las faltas en que hayamos incurrido.
Tres rectificaciones se nos han hecho:
1° El lugar del nacimiento de Lafinur.
2° Que El Verdadero amigo del país , fue publicado el año 22 en Mendoza y no en Buenos Aires.
3° El argumento del Corro.
Nosotros sosteníamos y sostenemos que Lafinur ha nacido en las minas de la Carolina, Provincia de San Luis. Los datos suministrados por su familia residente en Chile son los siguientes: Que Lafinur nació en los Placeres de la Carolina, provincia de San Luis, el 17 de Enero 1797. Su familia era de la ciudad de Córdoba y parece que su padre fue encargado de la dirección de algunos trabajos en aquellas minas. Nació entonces Lafinur. La circunstancia de pertenecer su familia a Córdoba, y haberse educado él mismo en los establecimientos de aquella ciudad, puede haber influido para que se creyera que había nacido en Córdoba y no en la Carolina.
La cédula declaratoria de 1783 sometía a la jurisdicción de Córdoba todo el territorio de las provincias de Cuyo. Lafinur sería cordobés, porque cuando nació estaba en vigencia la cédula arriba citada, y en iguales condiciones se encontrarían los habitantes de las provincias de San Luis de Loyola, San Juan del Pico, la Rioja y Mendoza, nacidos de 1783 a 1810; sin embargo no es esta una razon admisible, ni por esto dejaría de ser la Carolina el lugar de nacimiento. De todos modos interesa mucho saber dónde nació este hombre eminente, cuya carrera mortal ha sido rápida como la aparición de un meteoro, dejando tras sí una cauda luminosa e imperecedera.
Los que sostienen que es comprovinciano de Rivera Indarte, deben exhibir los documentos fehacientes en que se apoyan; prestando, de este modo, un verdadero servicio a las investigaciones históricas.
El segundo cargo es justísimo. Ese dato se nos trasmitió equivocadamente; y si hubiéramos podido consultar los Apuntes cronológicos para servir a la historia de Cuyo, publicados en Mendoza en 1852, no habríamos incurrido en semejante trasposición de lugares. El doctor Lafinur, en sociedad de D. M. Delgado, fundó en Mendoza El Verdadero Amigo del País, en la época en que aquel prohombre hizo sentir su influencia benéfica en aquella localidad, fundando un colegio, y un club con el nombre de "Sociedad Lancasteriana".
Respondiendo a la tercera observación, diremos algunas palabras. El Corro, poesía de circunstancias, escrita en un momento dado para contestar a una tentativa de revolución ahogada en sus primeros pasos, es una de esas producciones que, por su naturaleza misma, pasado el hecho determinado que les dio vida, decaen en interés, y desaparecen al fin dejando raros vestigios de su existencia.
Nosotros no conocíamos el Corro, y debimos a la memoria feliz de una persona, que nos honra con su amistad, la primera décima de Corro con que comienza el diálogo:

Corro: Hijo de un zambo platero
llamado Teodoro Corro
nací en Salta como un zorro
en un miserable agujero;
vil, ignorante, y grosero,
cobarde pero atrevido
pedí el militar vestido
para cacarear honor,
siendo todo mi valor
el valor de mi apellido.


Era esto todo lo que conocíamos del Corro, cuando dimos comienzo a la publicación de nuestro ensayo. La descripción bibliográfica la obtuvimos en Mendoza, y desde allí ha venido el error de suponer a Corro autor de una revolución en Salta, en vez de San Juan.
Aprovechemos esta oportunidad para dar una ligera idea de El Corro.
Tenemos a la vista un ejemplar del Corro perteneciente a la preciosa colección de poesías de D. Juan M. Gutiérrez. La impresión parece hecha en Mendoza, y la inmensidad de faltas ortográficas, de que está plagada, indica que D. Juan Godoy no ha dirigido la publicación, o que ha sido hecha teniendo a la vista una copia muy imperfecta de la producción original. El titulo del folleto es el siguiente: "Confesión histórica en diálogo que hace el Quijote de Cuyo, Francisco Corro, a un anciano que tenía ya noticias de sus aventuras, sentados a la orilla del fuego la noche que corrió hasta el pajonal, lo que escribió a un amigo". En Buenos Aires se publicó en una hoja suelta en la misma época por la Imprenta de los niños expósitos una letrilla de Corro tratando el mismo asunto; pero a nuestro juicio, no es producción de Godoy.
Comienza el Corro de esta manera:

Viejo: Estando junto al fuego yo sentado
sentí un tropel, que a mí se dirigía,
el cual lo hacía un hombre que asustado,
diciendo: me persiguen, más corría.
Llegó por fin a mí todo embarrado,
le invito a desmontarse, y no quería,
pues tan grande es su miedo, y tal su apuro,
que sólo cree a caballo estar seguro.


Por fin se desmontó, y no contento
teniendo su caballo de la brida,
sacó un par de pistolas e hizo asiento;
desenvainó una espada muy lucida
fijando vista, y oído muy atento
al camino que traía en su venida;
pregúntole quién es, y él me responde,
que es Corro, el Coronel de no sé dónde.


El viejo pregunta a Corro los detalles de su vida y sus hazañas. Corro contesta con la décima que hemos citado ya. El diálogo sigue animado hasta el fin, haciéndose notables en el viejo muchos rasgos de ingenio. Citaremos algunos trozos muy curiosos a nuestro juicio, y que muestran perfectamente el carácter sencillo de lo que en nuestra poesía nacional llaman relación los cantores populares. Pregúntale el viejo:

V. ¿Y cómo con tales recomendaciones
lo admitió Alvarado entre su tropa?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mas quisiera señor que me dijera
si tenía afición a la carrera.


C. De un mal soldado a teniente
ascendí por carambola
y asombrado exclamé: ¡Hola!
ya voy pareciendo gente,
confieso aunque no es decente
que al verme con relumbrones
se me inflaron los pulmones
y la boca se me hizo agua
al comparar con la fragua
el lustre de los galones.


V. ¡Qué contento tendría al encontrarse
libre ya del carbón y de la lima,
pudiendo con las gentes asociarse,
y con vestido militar encima!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Cuenta Corro el motín que ha encabezado y la muerte de Zequeira, Benavente, Salvadores y Fuente, oficiales de su cuerpo, que ha quitado del medio para facilitar su proyecto de dominar a San Juan y erigirse en caudillo.

V. Déjeme preguntarle lo que hacía
gobernando vecinos y soldados,
porque esto no es tocante a platería:
que si fuera esto, en esto se había criado;
y por fin, era cosa en que tenía
la mitad del camino casi andado;
pero pasar de un salto a tal altura
embrolla la cabeza más segura.


C. Señor de vidas y haciendas
en el pueblo de San Juan,
yo no envidiaba al Sultán
de su Gobierno las riendas,
a mis tropas en sus tiendas
proclamaba libertad,
cuando al pueblo sin piedad
le gritaba entre sus penas
horca, fusil, y cadenas
sostendrán mi autoridad.


V. Pero en fin hasta aquí no había pedido
lo que llaman confites del Gobierno,
de un unto que en las manos recibido
el corazón más duro pone tierno,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


C. Viendo ya al pueblo en desmayo,
temiendo grillos y muertes,
le arranco veinte mil fuertes
en un día por ensayo,
tan rico sabor les hallo
a los dichosos doblones
que cayendo en tentaciones
de robarlos con frecuencia
impuse con exigencia
mayores contribuciones.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
y así por entretener
a mi corazón altivo,
mandé tan ejecutivo,
como estaba de borracho,
se me extendiera despacho
de coronel efectivo.


V. ¡Oh, qué lujo y qué rango gastaría
hecho ya coronel, y con dinero!
¡En vestidos, qué pesos emplearía!
¡Qué arrogante cocina, y cocinero!
¡Qué muebles, qué casa y qué tapicería!
¡Qué caballos, qué coche y qué cochero!
¡Qué tertulias tendría tan famosas,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Cuenta Corro su fausto, sus desmanes, su tentativa sobre Mendoza, su mal éxito, sus peregrinaciones; y concluye dejando el resto de su historia para referirla en tiempos más tranquilos para su persona. Toda la relación está salpicada de las observaciones picarescas del viejo; y sentimos que el objeto de este artículo no nos permita estendernos en otras consideraciones.
El Corro es una página de historia, y la narración que se desprende de su lectura está conforme con la verdad de los hechos que relata. Concluye la Confesión Histórica con un soneto a Mendoza por su conducta digna al rechazar a Corro, ahogando el elemento revolucionario.
Cerramos estas líneas agradeciendo las observaciones que se nos han hecho, y contamos con que ellas salvarán las faltas que se han deslizado en nuestro Ensayo sobre D. Juan Godoy.
Domingo F. Sarmiento (hijo)
Buenos Aires, septiembre 4 de 1864.


Domingo Fidel Sarmiento (1845-1866)
Fuente: Domingo Faustino Sarmiento La vida de Dominguito, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1963.

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