lunes, 28 de diciembre de 2009

Teresa Parodi y Paulina Movsichoff






Fotos tomadas durante la presentación del libro Las puras existencias, Conversaciones con Teresa Parodi, de Paulina Movsichoff, Los Libros del Volantín, Buenos Aires, diciembre de 1999.
En la primera foto se ven, de izquierda a derecha: Teresa Parodi, Blanca Rébori, Rubén Pérez Bugallo y Adolfo Colombres.
En la segunda foto se ven también, de izquierda a derecha, a Teresa Parodi, Blanca Rébori y Rubén Pérez Bugallo.

María Pilar- Teresa Parodi

sábado, 26 de diciembre de 2009

La mazamorra- Antonio Esteban Agüero- Peteco Carabajal




El bello poema de Antonio Esteban Agüero musicalizado por Peteco Carabajal y cantado aquí por él, Chango Farías Gómez, Verónica Condomí y Jacinto Piedra en el teatro Astral en 1988.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Paulina Movsichoff: Premio Nacional de Literatura 1981- México

LA PROSA NARRATIVA SE NUTRE DE POESÍA

Ganadora del Premio "Juan Rulfo" para Primera Novela, cuyo monto de cien mil pesos le fue entregado em Hermosillo, Sonora, Paulina Movsichoff responde a la imagen de una escritora moderna: segura de sí misma, con inquietudes existenciales más que sociales, ella afirma: "es misión de la literatura inquietar, cuestionar, pero tratando de no caer en el 'facilismo' del 'mensaje'. A lo largo de un entrevista en que mostró su sensibilidad y su atención a los problemas de muestra época, Paulina habló del "drama de la condición humana". Su novela Fuegos encontrados fue seleccionada por un jurado integrado por Humberto Constantini, René Avilés Fabila y Gerardo de la Torre como la mejor estructura en un numeroso conjunto. Movsichoff nació en Córdoba, Argentina y reside en México desde hace cuatro años aproximadamente.

Entrevista

- Tú eres graduada en Letras en la Universidad de Buenos Aires, sin embargo, quisiera preguntarte: ¿cuándo y cómo te inicias en la actividad literaria; cuándo adquieres el oficio de escritora?

- Yo escribía desde niña. Casi siempre poemas. Amontonaba con ellos cuadernos enteros. Pero me daba vergüenza mostrarlos. Sólo después, mucho más tarde, me di cuenta de que escribir había sido siempre mi vocación. Comencé entonces a hacerlo de manera más metódica. También a publicar. Eso me hizo bien; me enfrentó conmigo misma, me cuestionó, me incitó a superarme. En cuanto al oficio de escritora, no sé si lo tengo. Es algo que se va haciendo poco a poco, con lecturas, crítica, experiencias, encuentros, además del acto de escribir. Su aprendizaje dura toda la vida.

- ¿Te consideras fundalmente poeta o novelista?

- Como te dije antes, lo primero que escribí fueron poemas. Sólo que en determinado momento necesité salirme del subjetivismo de la poesía, por lo menos de la mía; expresar otras cosas. Por eso acudí al cuento (tengo un volumen de relatos, inédito) y luego la novela. No creo, sin embargo, que la separación de los términos sea tan tajante. Pienso en la imagen-relato de Pavese, en los poemas de Cardenal. En la antigüedad la epopeya - relato de hechos heroicos - se recitaba en verso. La prosa, a su vez, se nutre de poesía; ella es su motor.
Con respecto a si soy poeta o novelista, no lo sé. No veo, además, la necesidad de colocarme una etiqueta. Soy una mujer, un ser humano que escribe, eso es todo.

- ¿Qué temas abordas en la novela premiada y con qué intención creativa la desarollas?

- La novela se inspira en un hecho histórico; el duelo que sostuvieron blancos e indios en la centuria pasada, en una provincia del Centro- Oeste agentino. Esta lucha se arrastraba ya desde hacía tres siglos y culminó hacia 1980.
Fue una guerra desarrollada en una extensión inmensa, con caracterísitica propias: ataques sorpresivos, saqueo, rapiña por ambas partes. El conquistador acorraló al indio en el "desierto", o sea en la zona pampeana y patagónica argentina. Éste no tuvo más remedio, para sobrevivir, que robar ganado y usar de la violencia. Hubo valentía y heroísmo, también por ambos bandos.
"La novela trata de superar la tadicional visión blanca de esta lucha, rescatando las razones y el punto de vista del pueblo indígena, perseguido con saña, y finalmente vencido. De allí su nombre, Fuegos encontrados, es decir, fuegos contrapuestos. Recordemos que Sarmiento opuso, en Facundo, la Civilización a la Barbarie. Sin embargoo el cacique Quenumpén afirmaba: "tenemos nuestro modo de vivir que es bueno. Civilización es para nosotros muerte, trabajo en las estancias, estaca en los fortines". Hay otros episodios históricos que se entrecruzan, como la guerra de montoneras. A pesar de todo esto, no es una novela histórica. He usado la fantasía literalmente, sin atarme demasido a fechas ni sucesos.
A pesar del intento de rescatar lo épico de aquel pasado, está también el de rastrear la poesía de esas voces y ámbitos perdidos. Es decir, si bien la historia constituyó la idea primegenia, las pequeñas cosas, la atmófera de ese mundo fueron adquiriendo importancia hasta pasar a ser, igualmente, protagonistas.

- Para ti ¿qué significó recibir este Premio?

- Indudablemente el premio constituyó una gran alegría para mí. En un mundo como el actual, donde el autor debe realizar las cosas más extrañas para sobrevivir, el recibir un reconocimiento no deja de se estimulante.

- ¿Qué opinas del compromiso en literatura en este momento crucial de la historia de América Latina?

- Es cierto que es un momento crucial para América Latina, para el mundo. La amenaza de extinción de la humanidad es una espada de Damocles sostenida sobre nustras cabezas. Supongo que al obra refleja de alguna manera las preocupaciones de su autor. Y es misión del escritor agitar, cuestionar, pero tratando de no caer en el facilismo del "mensaje". El artista, el escritor, debe ser libre para buscar sus propios caminos, una manera especial de expresar su inconformidad. O sea, ya no es el escritor el detentador de la verdad que debe transmitirla a los demás hombres y mujeres, sino que debe buscarla con ellos y reflejar, de la mejor manera posible, el drama de la condición humana.

- ¿Cuás el tu juicio ante el realismo social en materia artística y novelísitica? ¿Lo consideras un estilo adecuado lo limitante a tus aspiraciones como escritora?

- Creo que el realismo social, a pesar de su nombre, es demasido pobre, demasiado limitativo. Sólo considera una cara, la más obvia, de la realidad. ¿Podemos acaso decir que los sueños, la magia, todo el universo de los mitos no constituyen también la realidad del hombre, un aspecto inseparable de su experiencia? El realismo social no hizo más que tomar para sí todos los clisés del realismo burgués, sin cuestionar absolutamente nada.

- Resides en México desde hace varios años. ¿Nuestra realidad te ha sugerido alguna veta acerca de la cual quieras escribir?

- Por supuesto que en México he encontrado una veta riquísima de vivencias, incoporadas ya a mi ser actual. Pero, como decía Pavese, "descubrimos las cosas a través de los recuerdos que tenemos de ellas"; creo que, alguna vez, en la distancia, México surgirá como una realidad tan vívida y apremiante que deberé escribir sobre ella.

- ¿Qué piensas de la idea de Rimbaud de que el poeta debía ser vidente para escribir?

- Yo nunca me he sentido vidente. Creo que en el artista hay una intuición que bucea por sacar lo oscuro, lo desconocido de sí mismo. Pero es más una búsqueda que un resultado.

- ¿Cuáles son tus próximas cosas a publicar?

- El único poyecto de publicación, por el momento, es el de la novela pemiada. La publicar la Edito´rial "Tierra Adentro", del Instituto Nacional de Bellas Artes. Eso será ya el año entrante. Tengo la idea una nueva novela pero no he comenzado, todavía, a trabajarla.


Entrevista realizada por Miguel Bautista para la "Revista mexicana de cultura" del diario El Nacional. México D. F., 28 de noviembre de 1981.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Apuntes Para Una Declaración De Fe- Rosario Castellanos



El mundo gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin viento en otoño,
la uva pisoteada en el lagar del tiempo
pródiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,
esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.
La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.
Sin embargo, recuerdo…
En un día de amor yo bajé hasta la tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,
a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran cada beso.
Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces
y la raíz bebía con mis poros el aire
y un rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cielo
y se extasiaba -eterno- frente al mar.
El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces: «No es bueno
que la belleza esté desamparada»
y electrizó una célula.
En el principio -dice
esta capa geológica que toco-
era sólo la danza:
cintura de la gracia que congrega
juventudes y música en su torno.
En el principio era el movimiento.
Cada especie quería constatarse, saberse
y ensayaba las notas de su esencia:
la jirafa alargaba la garganta
para abrevar en nubes de limón.
Punzaba el aire en las avispas múltiples
y vertía chorritos de miel en cada herida
para que el equilibrio permaneciera invicto.
El ciervo competía con la brisa
y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol
trenzado de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todos
estaban orgullosos de ser como juguetes
en las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetas
y rebotaban locos de alegría
en las altas paredes del espacio
teñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el reloj
y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,
la vida se fracciona en horas y en minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un Newton
de fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue Dios -ojo que atisba
a través de una hoja de parra ineficaz!
¡Cómo bajó el arcángel relumbrando
con una decidida espada de latón!
Tal vez no debería yo hablar de la serpiente
pero desde esa vez es un escalofrío
en la columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlo
pero fue el primer círculo vicioso
mordiéndose la cola.
Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia
si ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,
dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,
dejando siempre a un lado el horizonte,
tratando de tachar la mañana remota,
de arrasar con la sal de nuestras lágrimas
el campo en que se alzaba el Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se queda señalado
-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimos
en las ubres de Dios.
Dios nos amamantaba en figura de loba
como a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre.
¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?
No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,
un miedo atroz, bestial, insobornable
y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de angustia.
¡Qué cuidadosamente nos mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras
para hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar de nuestras noches
cuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los espejos se inundan y rebasan de espanto
mirando estupefactos nuestros rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce igual que una moneda
y nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:
sube y baja los dedos de sonido metálico
contando y recontando las costillas.
Encuentra siempre con que falta una
y vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego desnudarse,
terror del ataúd escondido en el lecho,
del sudario extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder escapar del sueño que hace muecas
obscenas columpiándose en las lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y con vergüenza,
cortamos el cordón umbilical aprisa
como quien se desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y gozamos
y aún de este festín de gusanos hacemos
novelas pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de estar en el secreto,
de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplemente
para tener bastón y puro
y sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía tener manos
para decirle: estamos en tus manos.
Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos pulcramente
en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,
en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna, por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.
Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
«La insuperable,
mundialmente famosa trapecista
que ejecuta sin mácula
triple salto mortal en el vacío.»
(La inteligencia es una prostituta
que se vende por un poco de brillo
y que no sabe ya ruborizarse.)
Puede ser que algún día
invitemos a un habitante de Marte
para un fin de semana en nuestra casa.
Visitaría en Europa lo típico:
alguna ruina humeante
o algún pueblo afilando las garras y los dientes.
Alguna catedral mal ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel: «Negocio en quiebra» .
Fotografiaría como experto turista
los vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,
y las familias reales sordomudas e idiotas,
al hombre que trabaja rebosante de odio
y al que vende el horno de sus abuelos
o a la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
Esto es solo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:
la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas
donde la luz de un cuadro se congela,
donde el verbo no puede hacerse carne.
Allí la vida yace entre algodones
y mira tristemente tras el cristal opaco
que la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de muertos,
de fantasmas reumáticos y polvo,
nos hinchamos de orgullo y de soberbia.
Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo.
Porque hay aún un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la sabia y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raíces
y contorsión de troncos y confusión de ramas.
Hay elásticos pasos de jaguares
proyectados - silencio y terciopelo -
hacia el vuelo inasible de la garra.
Aquí parece que empezara el tiempo
en solo un remolino de animales y nubes,
de gigantescas hojas y relámpagos,
de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida
corren vivificando las más altas orquídeas,
las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan rugientes en los templos
ante la impenetrable pupila de obsidiana,
brotan como una fuente repentina
al chasquido de un látigo,
crecen en el abrazo enorme y doloroso
del cántaro de barro con el licor latino.
Río de sangre eterno y derramado
que deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se nos pierde a veces en el mapa
y luego lo encontramos
-ocre y azul- rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las tierras que tiñe, en la selva multípara,
en el litoral bravo de mestiza
mellado de ciclones y tormentas,
en este continente que agoniza
bien podemos plantar una esperanza.



Poesía no eres tú- Fondo de Cultura Económica

sábado, 5 de diciembre de 2009

Darío: hado y humus- Gonzalo Rojas






Valparaíso y él: ningún poeta más de ahí que el joven Darío. Ni el gran Pessoa Véliz ni el mismísimo Neruda. Es que Azul (1888) y Playa Ancha donde azota el oleaje desde el principio de origen - ¡donde el vidente vio! – hacen, cómo decirlo, un todo y ese todo el mito. Más claro, hay ciudades con mito y ciudades sin mito y alguna vez lo habré dicho: no basta con amar a Valparaíso; hay que merecerlo, y no es cosa de pregoneros de la hermosura o, más menesterosamente, de liridas de vecindario. Valparaíso nunca fue villorrio. Tal vez no fuera fundado en acto de invasor pero el que vino a fundarlo de una vez y para siempre y a fijar el mito fue ese mestizo de veinte años que todavía anda entre nosotros. Lo habré visto fugaz como por encantamiento, lo habré entrevisto en ascensores y otras ruedas vertiginosas yendo-viniendo de un Cerro Alegre real a otro irreal, pero el aparecido se me da intacto todavía en la ventolera. También tuve mi Puerto por diez años y entonces sé lo que digo: poeta que entra en ese hondón no vuelve a salir. Poeta que entra de veras, se entiende. No hay lugar metafísico ni párrafo de planeta comparable. Por eso no es azar que Darío escribiera palabra de fundamento en esas arenas al cierre del otro siglo: “Was bleibt aber, stifen die Dichter”: pero lo permanente, eso lo fundan los poetas. Claro que el vagamundo siguió fundando con urgencia aquí y allá y fijando el mito lo mismo en su Buenos Aires que en sus Parises o sus Madriles, o en cada una de sus moradas múltiples, hasta volver, ya terminal, para decirlo con su música, transido de misterio y de cirrosis, a su Nicaragua natal. Piensa uno en Darío y en los 49 que le dieron los dioses, que sumados por dentro hacen el número fatídico, y calla; piensa uno y calla con acallamiento mayor ante ese dicho suyo tan severo: - “ Qué queréis: yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”-. De veras, casi todo es otra cosa.
Personalmente, mi primer hallazgo de él en Valparaíso fue el 34, a los 16, sobre abril recién desembarcado en el espigón, a metros de la plaza Echarren, me parece. Pasó veloz y me miró sin verme. Yo sí lo vi, por dentro. Como ven los poetas atrapados en esa relación dialéctica que nos aproxima en el proyecto de decir el mundo. Está escrito que todos venimos de otro y otro y otro en esa especie de parentela de la sangre imaginaria. Esa vez el adolescente era yo, el larvario, y ya me había leído a mi Darío en su ritmo de oro, o lo estaba leyendo como hasta hoy a los ochenta. Porque, eso sí, con los poetas grandes no se termina nunca. De ahí aquello de Darío y más Darío. Me lo estaba leyendo y me encontré con él y eso fue todo; en lo destartalado y lo sinuoso de tamaño laberinto. Como más tarde vine a encontrarme, andando décadas, a Vallejo en París. Apariciones y desapariciones.
Volviendo al juego interminable de los pasos perdidos, recuerdo que cuando Martí dio con él en Nueva York le dijo “¡Hijo!” con alegrón genealógico y eso para Darío fue palabra entera sellada a corto plazo por el martirio cubano. No siempre opera así la filiación oscura entre los poetas, pero el autor de Los Raros (1896) registró las afinidades electivas con grandeza, los injertos, las claves, los sosiegos y desasosiegos en el oficio, incluyendo las conductas. No le fue dado regresar a Chile pero mantuvo fresco el diálogo y allá por 1912 acogió textos mistralianos y los publicó en París; asimismo supo de “Azul”, revista de Huidobro: en Santiago. En cuanto a los dos Pablos no hubo pacto mayor, salvo las resonancias naturales. Por lo demás el ascenso de las vanguardias en el país acallaba los grandes ritmos pitagóricos del maestro al promediar la primera guerra mundial. Debieron pasar casi veinte años (1943) para que dos poetas de jerarquía, Lorca y Neruda, brindaran en Buenos Aires una copa de diamante a las estrellas por e progenitor; en un diálogo al alimón por demás hermoso. Siempre he pensado que sólo los poetas son capaces de descifrar el sistema imaginario de los poetas. De ahí mi resistencia a la pululación casi bacteriana de los letrados cuya hermenéutica reduccionista empobrece el portento visionario, como hace por ejemplo C. M. Bowra, en su conocido examen antidariano Inspiration and Poetry (1955). Lo preferible, claro está, es la urdimbre ciencia e intuición, pues la naturaleza de la poesía es difícil. “Te amo porque eres difícil”, pensaba Valéry. Y hay casos de poetas indiscutibles como el español Luis Cernuda o el chileno Enrique Lihn que rechazan la obra del nicaragüense. “Darío reina pero no gobierna”, afirma el primero y al segundo le asiste la evidencia que es un poeta de segunda clase. ¿Qué no se ha dicho, en fin, y se sigue escribiendo en marea bibliográfica amenazante sobre el Darío de todas las horas a propósito de su vida, de su plasmación verbal y hasta de su muerte? Ahí está su poesía para que cada lector gane o pierda a “su padre y maestro mágico” como pueda; pero ahí va también el oleaje – la resaca- de los grafómanos del modernismo que quieren descifrarlo todo con unos cuantos datos más la urdimbre exegética interminable, de aparato siempre abstruso.
¿Y hoy?, ¿qué pasa hoy a dos metros del dos mil, en este plazo obsceno de consumismos y fanfarrias? Lo leen, no lo leen; pero la pregunta es otra: ¿A quién se lee? Vocales: ¿qué será eso? Sílaba, ¿qué será? Lo acusan de todo al fundador del viejo-retro y fuera de uso; de silvestre. De elocuente lo acusan, de enfático y sonoro, ¡los afónicos míseros! De sobredosis de canto. Oiga el que tenga orejas, pienso yo. Pero es tal el estruendo publicitario y vergonzante que ya nadie oye a nadie en el carrusel. No es que la palabra misma esté en tela de juicio, conforme a la conjetura de Vallejo: "¡Y si después de tantas palabras no sobrevive la Palabra!"; lo que pasa es desidia y liviandad ante el oficio, y literalmente no hay oficio. Cuando uno escribe hondo se le acusa de denso. No hay desvelo por la palabra y cualquier verso de Azul, por espléndido que sea, les parece irrisorio a los que dicen estar de vuelta de todo. Cito esta línea del Darío primerísimo: Venus desde el abismo me miraba con triste mirar. Ya ahí anda el zumbido de las pubertades cíclicas de su temple y el murmullo del que hablaba Breton. No es propicio el día para decirlo parco aunque casi todo empieza con él. Ni insistiré en lo que saben las estrellas que siempre saben más: no hay resurrecto incesante en el idioma más necesario que él, de Juan Yepes a Góngora, de su Quevedo tan amado hasta Vallejo. Leído ayer 2 de octubre de 97 en un diccionario de símbolos: "entrar en el azul equivale a pasar al otro lado del espejo". Otra cosa: Omar Cáceres que no figura y sin embargo es, hizo diana con un título de un poema bellísimo: Azul deshabitado. Que es como decir: soy un habitante, pero ¿de dónde? Todo confluye, ya se sabe. Me puse a desvariar - o difariar, como dicen los campesinos de Chillán de Chile - sobre mi Darío y me salió mi Puerto. Será no más que los dos me ventilan el seso con oxígeno único.
Está escrito que los poetas entran limpiamente en los poetas, y no por servidumbre, antes bien por natural desafío, pasando por encima de los padres. Los leen mal como piensan Harold Bloom para repristinar el juego. Todo eso en la tradición y la invención. De ahí que las claves de los poetas sobre los poetas sean más de fiar que los informes clínicos de los expertos llamados críticos. (...) la altura y la profundidad de El Caracol y la Sirena, ese ensayo del 63, de Octavio Paz. Asimismo es imperativo consultar a Borges, que no se casa con nadie, quien rescata los aportes del modernismo hispanoamericano con estas palabras: "Dos poetas del norte, Edgar Allan Poe y Walt Whitman habían influido esencialmente, por su teoría y por su práctica, en la literatura francesa: Rubén Darío, hombre de aquí, recoge este influjo a través de la escuela simbolista y lo lleva a España donde no es ningún forastero. Se ha incorporado a la tradición nacional y se habla de él como de Garcilaso o de Góngora". Por su parte Unamuno, que alguna vez cayó en la mofa altanera diciendo que se le veían las plumas de indio debajo del sombrero, terminó arrepentido con reverencia "ante el indio que temblaba con todo sus ser como el follaje de un árbol azotado por el cierzo, ante el misterio". Y Lorca, el 34, al presentar a Neruda en el Ateneo de Madrid, cómo celebra "el tono descarado del gran idioma español de los americanos, tan ligado con la fuente de nuestros clásicos" y cómo exalta en primer término "la prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío". Por su parte, Vallejo dirá lo suyo: "Toda la producción hispanoamericana, salvo Rubén Darío, el cósmico, se diferencia poco o nada de la producción exclusivamente española". Y Huidobro, el irreverente: "Estos señores que se creen representar a España moderna, han tomado la moda de reírse de Darío como si en castellano de este Góngora hasta nosotros hubiera otro poeta fuera de él. Pobre Rubén: puedes dormir tranquilo. Cuando todos hayan desaparecido, aún tu nombre seguirá escrito entre dos estrellas". Así el movimiento pendular de las adhesiones y de los rechazos, pero como la poesía española se defiende sola y se explica desde su propio ejercicio, dejemos que suba o que baje, o que se retire como las mareas para volver a la vivacidad de su equilibrio. Acordes con el principio de que hay que defenderse del culto a los hombres, por muy grandes que aparenten ser, dejemos en paz a Rubén Darío. Ya su vida fue una tumba sin sosiego, como diría Palinururs: y suficientes vueltas se estará dando donde esté, tantas o más que antes de venir a nacer en Metapa (Chocoyos) ese 18 de enero del otro 67.
Cuando murió el dieciséis, el planeta empezaba otro gran giro girante a una velocidad desconocida, y los poetas mismos saltaron fuera de su órbita. Justo el año dieciséis Vicente Huidobro - en ese juego oscuro de pasarse la centella- publicó en Buenos Aires otras claves para esta poesía de fundación.


De Poesía Esencial. Editorial Andrés Bello

Tres poemas a Latinoamérica





URUBAMBA

Quisiera volver a tu perfil de trigo
a tu corriente clara de retamas
Allí donde los niños son arqueros de pájaros
y las calles susurran temblando en las acequias
Déjame demorarme en tu frescor de río
en el aire en que danza un picaflor dorado
Déjame rescatar el azul del silencio
que se quedó dormido en la nostalgia
Me internaré en senderos heridos de arrayanes
en las copas más altas de todas tus mañanas
Yo quiero regresar
sentir que me renueva tu corazón de valle


LLALLAGUA

El corazón enorme de Atahuallpa
ya se ha enfriado
Todo en Tawantinsuyo está ahora
sollozando.
Poema Quechua


Allí donde el viento muerde sollozando
donde la flor ya nace asesinada
y no hay sino páramo y lamento
Allí donde la piel no existe
y los ojos son cuencas para indagar la piedra
Allí donde la mugre
Allí donde el silencio madura con las sombras
y se quiebra la vida en el metal del hambre
Allí donde no hay pájaros que saluden el día
ni brisas que cortejen la pausa del otoño
Allí donde la lepra

El socavón espera sediento de tus huesos
y un cansancio te envuelve de chicha y maguadas
Han matado tus dioses
Detrás de las pupilas se te adormece el hombre.







CUZCO

Y entrarán otros dioses
En el templo del Sol.


José Santos Chocano

Sólo te queda un aire suspendido en el tiempo
sólo una noche larga donde aúlla la muerte
y un fantasma se cansa subiendo por tus calles
Se llevaron tu miel
afrentaron las plumas de tu sol orgulloso
echaron a la suerte tus fronteras de piedra
Hoy sólo quedan momias despobladas de espera
y una llaga sin voz derrumbada en harapos
Campanas que sumergen la sangre de tus vírgenes
Naves donde se pierde el eco de un latido

Huacaipata Aclla-Huasi Coricancha
águilas sin puñales
en los dientes del polvo



Donde habite la luz- Bs.As.,1975

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Música nativa regional de la pampa- Suma Paz



En el vasto espectro de la música regional argentina, las especies pampeanas constituyen un caso especial. Se trata de un fenómeno perfecto de transculturación, vale decir, el traslado de una cultura, su fusión con elementos tales como la etnografía, y el producto resultante: una nueva cultura.
La música regional pampeana carece de aportes indígenas. A diferencia de otros países, que poseen claros elementos indígenas armónicos y rítmicos, la música de la pampa es España en América, o tal vez sea mejor decir, Iberia, ya que también Portugal integra esa fusión cultural.
Para explicitar esto, será necesario examinar un poco la colonización española. Los expedicionarios, que bajaron desde el Cuzco en busca de yacimientos de plata y oro, se encontraron con una decepcionante realidad: una ancha y desolada planicie, cuya única riqueza era el ganado chúcaro. De manera que, junto con el acopio y explotación de cueros sin curtir, los españoles fecundaron en las mujeres nativas, esos hijos bastardos, que se llamaron gauchos; casi una etnia ya desaparecida, que en su breve y desventurado tránsito por la historia estampó un perfil acuñado en la inmortalidad.
Esos hombres rudos, analfabetos, salvajes en el más bello y cruel sentido de la palabra, cantores intuitivos y músicos de afición, fueron junto con la pampa, los artífices de esa nueva música.
Primero fue la guitarra. En sus manos toscas de cueros trenzados, el dulce instrumento atemperó sus bríos andaluces y adquirió la melancolía de su condición. El gaucho vivió suspendido entre dos mundos sin ser aceptado por ninguno: hijo bastardo para e español, enemigo de su hermano el indio en la lucha de fronteras, plasmó su soledad y sus carencias en canciones cuyos textos improvisaba, ya que no sabía leer. Así nació el payador. Figura libertaria, juglar indómito y bravío de un nuevo mundo, el payador fue el cronista de su época turbulenta, el vocero de las clases sin voz y sin destino. Cantó, peregrinó, fue soldado con guitarra y sin ella. De esa soledad altiva, de esa voz y guitarra solitarias, nació un cancionero que ha conservado hasta hoy su austera dignidad.
Aparece hacia fines del siglo XVII y ya entonces su canto inquieta a la Corona y a sus emisarios criollos; prohibido y a veces encarcelado por la autoridad, transitó pulperías, ranchos y cuarteles con su guitarra a cuestas.
La payada de contrapunto, donde se medían capacidades y conocimientos a través del canto era así: dos cantores se desafiaban, uno proponía el tema, el otro debía responder subrayando la pregunta y a su vez, proponiendo un nuevo y espinoso asunto. La tirada solía ser interminable: a veces terminaba en un duelo de cuchillo.
Hoy casi se ha perdido el contrapunto; aunque hay payadores aún y de los buenos; el cantar de a dos sobre un tema determinado profundizándolo, no es payar de contrapunto: para eso es necesario la oposición.

LA CIFRA

Llamada así porque en esa época la música se escribía cifrada, es decir, a través de un sistema numerado, deviene de la seguidilla andaluza. Su rasguido en la uitara es igual y los versos a diferencia de la seguidilla (versos de 5 y 7 sílabas) fueron octosílabosen décimas, lo que se continúa hasta hoy.
La cifra, consignada históricamente hacia principios del siglo XIX – aunque es anterior – tuvo tres épocas: La cifra mayor, llamada heroica, de gran extensión vocal, la media cifra mayor, ésta de menor extensión melódica y ambas de carácter épico; y la media cifra menor que da lugar a la que actualmente se conoce; la evolución está marcada por el abandono de los temas épicos para adaptar el de los sentimientos.

EL ESTILO

Sería la única especie regional pampeana de origen americano. Aunque existen polémicas entre los investigadores respecto de su origen, personalmente he adoptado la teoría de Carlos Vega que asevera este origen del estilo en el yaraví peruano. Da consistencia muy sólida a esta postura el maestro Vega, la similitud de ambas especies y su carácter: es decir, se trata de una canción muy sentida, muy honda y expresiva, casi un lamento. Aunque la migración desde el Perú toma primero la forma del Triste, una canción de similar carácter pero donde ya se insinúa el paso de lo litúrgico a lo lírico. Finalmente el estilo, llamado así por el acento muy definido en la expresión del pesar – dulzura, musicalidad – se dispersa por una vasta franja de nuestro territorio, para arraigar en La Pampa y en Cuyo, donde toma el nombre de Tonada (uno de los tipos de la tonada cuyana). También presenta tres épocas en relación a compases y tonalidad y su época de génesis y desarrollo se sitúa entre 1820 y 1890.

LA MILONGA

Es la más joven de las especies musicales pampeanas ya que registra su aparición en las primeras décadas del siglo XX, más precisamente en relación a la figura de Gabino Ezeiza.
El vocablo milonga tiene doble acepción ya que se refiere tanto a la expresión musical como al baile. El origen más aceptado sería el de la construcción de Melos – Longa (melodía larga en portugués) que así se llamaba una antigua melopea gitana extensa y de carácter recitativo – decidor – y usa la tonalidad menor.
La milonga porteña, en cambio, aunque ha conservado el patronímico, ostenta su parentesco con el candombe africano; y esto explicaría por qué algunos autores le atribuyen ese origen también al vocablo. Es de ritmo ágil, pueblera, a veces festiva, y se adapta más a la danza que a la canción.
La milonga pampeana fue usada por los payadores cuando decayó la cifra épica; se fija su aparición histórica en la payada de Gabino Ezeiza con Nemesio Trejo, en 1920. es posible que su incorporación haya sido anterior y que ese registro se deba más que nada, a la prominencia artística de aquellos payadores.
Tradicionalmente, la milonga pampeana ha usado el verso octosilábico en décimas (estrofas de diez versos) pero también ocasionalmente adopta la sextina, el metro usado por Hernández en el Martín Fierro, y otras veces usa el alternado octopentasílabo).
La fusión de la milonga pampeana con la porteña o rioplatense, ha dado lugr a una especie, también de este siglo, llamado corralera. Esta milonga tiene una mayor vivacidad en el tiempo, es de carácter campero, muy apta para hablar de faenas y personajes – hombre y caballos – del campo.
La milonga pampeana, es, de todas las especies de la música regional argentina, la que ha conservado su mejor pureza y fidelidad histórica.
Tal vez en este sentido, sólo sea comparable a la vidala santiagueña.
Es que hay formas musicales dentro de lo popular o nativo, que admiten cambios y otras que no. Ceo que el factor determinante de esa discriminación no la dan los artistas sino la historia. Cuando una canción, un tipo de expresión musical ha tenido un profundo vínculo con la historia de un pueblo, no pierde ese cuño; y si lo pierde, deja de ser eso para ser otra cosa.
Desde Hernández, la cepa testimonial se proyecta al futuro casi como un mandato. O un destino. El canto con “fundamento” de Fierro no es otra cosa que la entraña de esta América indo-hispana.
Pensamos que el amable ejercicio de divertir o de deslumbrar con músicas ligeras, ha de detenerse frente a estas canciones: justo en el límite donde la audacia se convierte en profanación.

la marea- Año 16- invierno de 2009


Ahí donde hay un ideal hay una flecha tendida hacia su centro; eso dice Atahualpa en la canción que acabo de cantar. Y entre las luchas que la sociedad nos opones – que han llevado varias vidas y muchas muertes -, está la de impedir que esa lecha llegue a destino. Pero aquí estamos, ustedes y yo, para sostener su vuelo” (…)
Antes de morir, don Atahualpa decía que todo lo que él quería era un caballo, un lazo y un poncho. Yo también lo pido para nuestro pueblo: un caballo para alcanzar los destinos soñados hace 200 años; un lazo para atrapar los sueños de mi generación, la de los chicos de los 0 que soñábamos con cambiar el mundo; un poncho para que en estos tiempos de ‘globalización’ sigamos siendo argentinos
”.

Palabras de Suma Paz en la 33º Feria del Libro (2007), en un encuentro convocado por La Marea con el lema “Identidad y cultura frente al bicentenario”.

Amalia Millaqueo (1)- Suma Paz

Ñuque, (2)
Madre araucana,
Amalia Millaqueo.
De pie frente a la tribu,
al viento el guillatún y el loncomeo.
Alta en tu vestidura; alto el gesto severo,
con una mano sarmentosa y tibia
me ofreciste silencio.
Yo miraba tus ojos y era cierto;
tenían la soledad de tu comarca
y el salitre y el viento;
tenían la desnudez y la pobreza
y el digno sufrimiento;
la altivez inocente de tu raza,
Amalia Millaqueo.

No pude decir nada.
De pronto, enmudecieron
el verde canto que corté en la pampa,
los pájaros y el sol que tengo adentro.
De pronto me sentí casi gringa
y tuve miedo;
tuve vergüenza de mi canto Huinca
que no te sirve, Amalia Millaqueo.

Quise decirte adiós.
Allí, en tu hombro,
Sobre tu trenza encanecida al viento
Dejé una sola gota de mi llanto
que no habrá de secarse con el tiempo.

Para que con mi lágrima redonda
honda y sacramental,
como tu seno,
como una hostia de sal sobre la boca,
nos perdones,
Amalia Millaqueo.

(1) Poema de su libro Al sur del canto. Ediciones Cinco. Bs.As., 1987.
(2) Madre, en lengua araucana.