sábado, 27 de febrero de 2010

Espejo de cuerpo entero- Magnetismo y revelación en la poética de Juan Crisóstomo Lafinur





Es Lafinur un personaje al que, como las antiguas ciudades árabes, se puede abordar por numerosas puertas: las más visibles de ellas son la filosofía, la música y la poesía. Mucho creo se habrá hablado ya en estos encuentros de sus ideas flosóficas, de esas teorías sobre el sensualismo que tanto escándalo provocaran en su época y que le valieron el exilio y la muerte en tierra extranjera con sólo veintisiete años. Sabemos también de su talento para la música. Era un apasionado intérprete de Haydn y Mozart y dicen que al sentarse al piano su concentración era tal que podían tocarlo sin que él diera la menor señal de haberse apercibido. Fue el autor de la letra y la música del Himno Nacional de Chile, ya que, a su entender, era de muy poca calidad el de ese país. Se estrenó allí, pero luego temió herir el amor propio del autor y, en un gesto que lo honra, la retiró de circulación a pesar del éxito con que fue recibida.
Sus inquietudes lo llevaron al teatro e integró aquella “Sociedad del Buen Gusto” en la que con tanto ardor participó, llegando hasta a representar algunas obras con la complicidad de su amigo Morante, el actor por excelencia del momento. Lo vemos aquí como autor de la música de la tragedia Túpac Amaru, interpretada por el citado actor, y del primer melodrama argentino, Clarisa y Betsy, llevada a escena también con Morante. Es conocida igualmente su participación en el periodismo que lo llevó a escribir en los periódicos de la época e incluso a fundar algunos, como “El Curioso” o “El verdadero amigo del país”, en Mendoza. Parece impensable en fin que, a una edad en que el ser humano empieza a despertar del sueño de la adolescencia, nuestro personaje ya hubiera cumplido tantas hazañas, entre las cuales la de ser soldado no fue empeño menor.
En todo dejó su impronta, la huella de su vehemente desempeño. Sin embargo, yo quiero aquí traerlo ante ustedes como un poeta, del cual el mismo Borges se mostrara admirador. Homenajearlo como al autor de aquel “Soneto a una Rosa”. que su descendiente recitara ante esta escritora que se estremeció de vergüenza de poco y nada saber sobre su autor, a pesar de ser su coterránea.
Al soñar su República ideal, Platón destierra de ella a los poetas, mentirosos que incitan al placer y al dolor en detrimento de las leyes y de la razón, aunque reconoce que Homero y los otros poetas trágicos han formado a Grecia y que leyéndolos se aprende a gobernar y dirigir bien los asuntos humanos. Antiguos poetas satíricos habían llamado por su parte, a la filosofía, “esa perra colérica que aúlla contra su señora, y al filósofo “el gran hombre que brilla en un círculo de locos”. Carlos V también les teme a los poetas y en 1513 prohíbe la lectura a indios y españoles, así como la impresión y entrada en Nueva España de libros “profanos y fabulosos”, ya que de su lectura surgen muchos inconvenientes. Menos precavido, el gobierno de San Luis no sólo exalta a sus poetas sino que convoca a otros intelectuales, a otros miembros de la “intelligentsia”, para exaltar a uno de ellos.
La afición de Lafinur por la poesía comienza desde muy temprano. Manuel Mujica Lainez, en el prólogo a los poemas de Juan Cruz Varela, nos cuenta de aquellos primeros años en que esos dos íntimos amigos y condiscípulos en el Colegio de Monserrat, pasaban su tiempo ocioso en componer rimas. “En la Biblioteca del Congreso- dice Mujica Láinez ,se conserva un libro precioso que ilumina con luz de farola pintoresca el relato de su vida en este período. Es un volumen encuadernado en rojo, cedido a Juan María Gutiérrez por el presbítero Pedro Claes, alemán, en Buenos Aires, 1939, en el cual Varela coleccionó prolijamente sus poesías primeras. Lo he tenido en mis manos, lo he hojeado, he leído gran parte de sus trescientas páginas amarillas y aseguro que el contacto físico con el cantor adolescente, por virtud de su pulcra caligrafía, emociona a más de una siglo de distancia”. Quien les habla también tuvo acceso al original y pasó copiándolo a mano toda una mañana. Como el prologuista, encontró allí de todo. Desde la nota grave y protocolar, o aquella que produjo los versos que a este título siguen: “Habiendo visto el autor en un plato de comida un insecto inmundo, hizo la siguiente presentación a la cocinera del Colegio, llamada comúnmente con el nombre de China” o aquella que originó la polémica poética entre él y su amigo Lafinur, en torno de una guitarra. Escuchemos un fragmento, el que Lafinur responde a Varela y que se titula "Instancia de Lafinur, dirigida al autor", y que hice constar en mi novela:

Cabeza descomunal
Del guerrero de la Mancha,
En la traza parecido
A su amigo Sancho Panza;
Regidor de san Andrés
De los mozos de esa casa:
Que me veo en la precisión,
Que aunque triste y desgraciada,
De vengar esos insultos
Con que, en tu entender, me ultrajas;
Pero no pienses que tomo
Esta ocupación que es tarda
Porque siento tus agravios
Que no me ofenden en nada;
Sino por hacerte ver
Que tu acción es tan escasa
En mis obras, que aun honores
Por ser tuyos no me agradan.
Por un instinto animal
Sin otro móvil te arrastras
A emprender la obra gentil
De defender la guitarra,
Porque un hombre conocido
De indisposición innata para la música, es claro
Que su voto nada valga,
Pues la misma sensación
Te hará una misma sonata
Que el chillido de los Búhos,
Y los lloros de las ranas.

Y aquí la “Contestación del autor a Lafinur”, que nos muestra el tenor de estas chanzas juveniles:

Espejo de cuerpo entero,
murmurador de guitarras,
Maestro Lafinur, y basta
porque tu nombre es complejo
de imperfecciones y faltas
……
Sin embargo quiero ser
defensor de una guitarra
que por lo mismo que a ti
de ningún modo te agrada,
prudentemente he juzgado
que no debe ser tan mala
porque te parió tu Madre
de condición tan malvada
que los que es bueno desprecias,
y lo que es pésimo alabas.

La denominación “espejo de cuerpo entero” le fue puesta por Varela en alusión a la sotana brillosa por el uso que Lafinur llevaba en el Monserrat.
“Toda su adolescencia- nos dice Mujica de Varela, y esto se extiende por añadidura a Juan Crisóstomo, conoció por límites la enrejadas aulas universitarias, las calles y los caserones provincianos y el cielo azul de Córdoba. Son cinco o seis años de obligado encierro, en los cuales su ingenio se aguza y su sabiduría se nutre.” En mi novela trato de recrear este clima que bien puede llenar las páginas de una novela picaresca. Dice también Mujica Láinez de Juan Cruz Varela que “más que un fervoroso seminarista se nos presenta en la facha de un estuadiante quevedesco, que ocupaba sus días en escabullir el hambre y en escribir décimas de intencionada gracia.” Mencionamos ya la amistad y el carácter de condiscípulos de Varela y Lafinur, por lo que el destino de ambos estaba estrechamente unido. Es que estos dos personajes, a pesar de las pobrezas o tal vez a causa de ella y de los ardides para conseguir comida y realizar sus furtivas escapadas, desarrollaron ese sentido del humor que luego tanto les serviría para sus sátiras políticas. Ese jaraneo rimador sobre los aspectos más sórdidos de su vida de colegiales, será un entrenamiento que les permitirá después destacarse en las sátiras polìricas cuando ambos eran en Buenos Aires dos personajes que alternaban con lo más granado de la sociedad. El mismo tono zumbón tiene la respuesta a la carta del Padere Castañeda, ésa que se burla de nuestro poeta con aquellos versos:
Lafinura del siglo diecinueve
es la finura del mejor quibebe
Y a las que él contesta en un tono que nada tiene que envidiar a esta obra maestra del género :
Entre todos los cuerdos despreciado
Entre todos los locos conocido:
por su hiel entre víboras querido
y entre predicadores sonrojado…

Si bien Juan W. Gez señala a Varela la autoría de esta pieza, en otras fuentes he encontrado que fue el mismo Lafinur quien la compuso:

Su paso por la cátedra dejó, como todo las actividades en las que participó, una huella imborrable: “Enseñar – decía Montaigne- no es llenar un vacío sino encender un fuego”. Y yo me aventuro a arriesgar que este entusiasmo por la filosofía, este amor por las Teorías del sensualismo fue producto no sólo de un personaje apasionado por los cambios históricos y por los nuevos vientos filosóficos, sino de los de alguien que había ahondado en el lenguaje tanto como en el entorno de su época. En mi novela cuento cómo de niño fue iniciado en la poesía y la música por su abuela y su madre respectivamente. Por algo una de las materias a las que daba importancia en su Curso Filosófico fue la Gramática, pues para la reflexión, decía, era indispensable el saber cómo nuestras ideas se forman en la mente.
Lafinur no pudo desarrollar lo que era su vocación más acendrada – la poesía - y por la que tal vez le hubiera gustado pasar a la posteridad, ya que los avatares del momento y la brevedad de su vida se lo impidieron. Sabemos que íntimamente ligada al lenguaje, está la poesía, como revelación del lenguaje mismo a través del cual se devela un mundo entero. Por medio de ella se percibe lo más profundo de la existencia, los lazos que unen y vinculan al hombre con el mundo y con lo oculto en él, "Solo los poetas fundan lo que perdura, el poeta es un legislador. Aquel que establece en el lenguaje unos fundamentos de la realidad, aquel a través del cual se manifiesta en el lenguaje lo divino del mundo", dice Heidegger. Con Juan Cruz Varela fue formado en los cánones de la poesía clásica y, si bien aquél continuó fiel a ellos durante toda su vida, vemos en Juan Crisóstomo Lafinur ciertos rasgos que lo aproximan a lo que luego sería la poesía romántica. Podríamos ubicarlo en un neorromanticismo, el movimiento que sirvió de transición entre el neoclasicismo del siglo XVIII y el romanticismo del siglo XIX en Europa. Se distinguen los neorrománticos de sus contemporáneos por ciertos rasgos que anuncian la época moderna, bien que sigan siendo clásicos en muchos aspectos. A la razón que domina hasta entonces, prefieren el sentimiento y el sentimentalismo y frecuentemente se dejan llevar por la melancolía. Aspiran a la libertad y se rebelan contra las leyes del neoclasicismo, representativo de lo rígido, de lo reglado, de lo cerebral. Se caracterizan también por el olvido y desprecio de la mitología clásica, por una afición a lo nebuloso y a lo fúnebre, la combinación de lo alegre y de lo triste, etc.
Composiciones de nuestro poeta como “ Amor”, “Ella en el baño”, “A una Rosa”, tienen esa carga de sentimiento que acabo de señalar. Son poesías amatorias, tan típicas de los poetas románticos.
Escuchemos su poema “Amor” :
Es llorar y gozar: rabia y ternura;
Delirio que a prudencia se parece:
Una hoguera encendida que más crece
Mientras más se resiste a la bravura.
Un amante es enfermo que no cura,
Pero con sus mismas llagas se envanece:
La soledad le agrada y le entristece:
El tiempo es corto y largo, tarda y dura.
Se halla solo en la estancia concurrida:
Si se le habla responde fastidiado:
No hay cosa que no vea parecida
Al objeto que causa su cuidado.
¿Qué es amor, se pregunta? Yo concluyo:
Vivir un alma un cuerpo que no es suyo

Vemos aquí la carga melancólica, si bien está vertida en los moldes clásicos del Soneto; los contrastes que señalé anteriormente. Pero lo que es aún más característico de los poetas románticos es la búsqueda de la libertad, el inconformismo, que caracterizó a Lafinur hasta el final de su vida. Tampoco es un dato de menor importancia la amistad de éste con Juan Gualberto Godoy, aquel poeta popular que componía décimas que él mismo pendoleaba a sus paisanos en su pulpería allá en Mendoza. Tal vez aquel acercamiento haya influido de alguna manera en Lafinur.
"...Por veces he pensado (a la luz de una experiencia extrictamente impersonal) – nos dice Antonio Esteban Agüero -que "Vivir en poesía es algo semejante a transitar la vida con pasos de equilibrista, como el insecto que repta sobre el hilo de una afilada navaja, como el montañista que asciende hacia la búsqueda de una cumbre lejana, sobre un angosto cordón rocoso, flanqueado por una infinita muralla y un infinito abismo. No tiene escapatoria posible. Desde el nacimiento le fue dada la opción: o esto o lo otro, y nada más entre ambos polos. Lágrimas negras le manaron los ojos, sangre, todo el dolor y la angustia, y también - ¿por qué no?- la plenitud de una alegría pánica. De repente, por instantes, se vuelve el iluminado, y de pronto, por minutos, se transforma en el oscurecido. No entiende nada, no razona ni intuye. Se parece a un niño que portase en los bolsillos de la casaca, en contacto con su piel, semillas de plantas nunca vistas por ojos humanos. O como el vagabundo ( a quien aqueja una torpeza innata) que porta en el cuenco de sus manos una minúscula bomba nuclear, con los detonadores colocados y listos, pero que desconoce el terrible poder que conduce, e ignora cómo ese poder puede desatarse.” Juan Crisóstomo Lafinur supo de ese “Vivir en poesía”, de la soledad, del odio por la vida rutinaria y banal.
He traído ante ustedes a un poeta, a nuestro poeta puntano por excelencia. Si bien Borges fue el descendiente sanguíneo de Lafinur, y lo fue también en la vocación por las letras y el conocimiento, Antonio Esteban Agüero nos impresiona como el otro descendiente que tuvo nuestro prócer. He pensado que tal vez le cupiera a él terminar la obra de poeta que Lafinur dejó esbozada. Agüero, que nació en un ámbito similar al de La Carolina, en la Villa de Merlo, bajo el amparo de la mole violácea de las sierras y cuya obra está tan marcada por lo bucólico, como poeta Virgiliano que era.
Como el indio yacente que ponía
la oreja en tierra para oír caballos
galopantes y ariscos a lo lejos,
y acertaba su número y sus pasos,
y su rumbo también, yo me reclino
en la dura colina, sobre el pasto,
para oír los arroyos cuyas voces
hacen vibrar este país serrano.
¿Por qué no creer que entre esas voces que el poeta escuchaba reclinado sobre el pasto se hubiera también oído la de su precursor, nacido a la orilla de uno de ellos y se hubiera propuesto, allá en lo más oscuro del ser, donde se fabrican los sueños, seguir ese destino de poeta comarcano que a Lafinur le fuera negada? Sabemos que en la literatura hay íntimas conexiones, lazos subterráneos que los poetas reciben sin saberlo. Así lo explica el mismo Agüero en su poema Prólogo:

Yo no soy Yo sino Aquél que llega
a posarse en mi hombro, y a decirme,
junto al oído las extrañas voces
que se susurran a través del cosmos.

Voces de Dios y del Demonio, voces,
donde el ángel combate en el Infierno
por vencer al azufre incandescente
y a plutonio y al cobalto juntos.

Yo no soy sino Aquél que dicta
a mi ardiente corazón moderno
todas las letras de un idioma antiguo,

Perdido hace mucho y sepultado
bajo arena total y cruel ceniza,
pero parlado por mi boca sabia.

Ya Roland Barthes señalaba: “la posibilidad de analizar la escritura literaria como un diálogo de otras escrituras en el interior de una escritura.”
Pero no todo fue en Agüero materia inconsciente. Me atrevo a afirmar que, poeta de una vastísima cultura, la poesía de su ilustre comprovinciano no pasó para él desapercibida. Lo vemos a través de toda su obra, en especial en los primeros poemas. Ya dije que Agüero era un poeta virgiliano. Lo prueba su amor por la comarca y muchos otros motivos que hallamos en su poesía. Sólo para dar un ejemplo diré que en la poesía grecolatina se documenta frecuentemente el motivo del nombre. Los enamorados aman escribir el nombre de sus amadas. En la corteza de los árboles, sobre la playa, etc. Tal vez porque la escritura del nombre parece garantizar el control sobre el ser nombrado. Como dijo Jorge Luis Borges en su poema “El Golem” el nombre comparte la esencia del objeto nombrado:
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Es probable que Borges también recordara, al componer estos versos, aquella rosa de su antepasado. En las Églogas de Virgilio, Cornelio Galo, un poeta de su amistad, decide retirarse a la Arcadia para quejarse ante una naturaleza solitaria de la iniquidad de su amada. En ese entorno bucólico, Galo decide escribir su amor sobre los árboles:
He resuelto que quiero sufrir en el bosque y entre guaridas de
alimañas
e inscribir mis penas de amor sobre tiernos árboles.
Crecerán ellos: creceréis vosotras, penas de amor.

En la Cantata de los sauces, Agüero dice:

Bajo los sauces fue. La luz ardía.
Ella de pronto se sentó a mi lado,
joven y verde como el mismo día,
y yo supe el tamaño que medía
la boca suya y su dulzor mojado.

Pero nunca grabamos iniciales
como los novios del amor tranquilo
que celebran después los esponsales
y trasponen unidos los umbrales
del nuevo hogar, sin conocer a Esquilo.

He aquí entonces a nuestros dos poetas hermanados en la común tradición de Virgilio. Aun cuando Lafinur no compusiera un poema de este tenor, sabemos de su conocimiento del poeta latino y la admiración que él y su amigo Juan Cruz le profesaban. Guiterrez dice que Varela se paseaba por los corredores del Monserrat con su Virgilio bajo el brazo.
Pero encontramos en ambos otros motivos en común. Desafortunadamente, la
composición de Lafinur “Ella en el baño” se me extravió y no podré leérselas. Tal vez Aguero la conociera, probablemente le hubiera servido de inspiración. Escuchemos su poema “El baño”, en que se deleita con la descripción sensual del cuerpo de una mujer:

Abrió la ducha y con la lluvia helada
todo el cuerpo le fue manifestado,
un nuevo dios, un dios extraño, el cuerpo,
revelando sus frutas y sus flores.

Adelante un espejo enamorado
repetía sus piernas, su figura,
y el pubis del amor donde yacía
alguna mariposa fatigada.

Y fue agua, y fue espuma, espuma y agua
y olor a pinos y lavanda verde,
del talón a la frente pensativa.

Y entonces ella comprendió la escena
descubierta en sus libros escolares:
Venus naciendo de un concha rosa...


En la teoría del sensualismo, de la cual Lafinur fue un apasionado apóstol, el cuerpo, en vez de ser un pobre reflejo del alma, algo que el hombre tenía que suprimir o ser olvidado, ahora llegó a reclamar un lugar absolutamente clave en la existencia humana. El hombre se definía no exclusivamente como un ser espiritual sino también como un ser corporal. Se veía, se tocaba, se observaba. Es decir, comenzaba a descubrir la importancia de sus propios sentidos en sus deseo de comprender el mundo en que vivía. Ya no servía la autoridad escolástica como única manera de interpretar aquél. Agüero demuestra conocer y adherir a estas teorías, que vemos aplicadas en toda su obra, a ese sentimiento pánico del mundo y de la vida, y que aquí explicita con estas imágenes: “un nuevo dios extraño, el cuerpo,” y que aprece también en otra de sus composiciones:
Siento que el mundo es obra de mis sanos sentidos
mundo de luz, de sombra, de olores y sonidos

Otro motivo, y no menos importante, es el tema de la rosa. La de Lafinur ya la conocemos, pero quiero traerla de nuevo ante ustedes:

Señora de la selva, augusta rosa,
orgullo de septiembre, honor del prado,
que no te despedace el cierzo osado
ni marchite la helada rigurosa.

Goza más: a las manos de mi hermosa
pasa tu tronco; y luego el agraciado
cabello adorna, y el color rosado,
al ver su rostro, aumenta vergonzosa.

Recógeme estas lágrimas que lloro
en tu nevado seno, y si te toca
a los labios llegar de la que adoro,

también mi llanto hacia su dulce boca
correrá, probarálo y dirá luego:
esta rosa está abierta a puro fuego.

El poeta comulga con la rosa a través de los labios de su amada. Estas referencias a flores concretas y a olores concretos indican una dirección de los sentidos a una realidad percibida. La íntima relación que establece el poeta entre su tacto, su vista, su gusto, su oído -es decir, sus sentidos- y su arte poético revelan la presencia del sensualismo lockiano. Pero también ese llegar de la rosa a los labios de la amada nos evoca el acto de comulgar.
En “El Soneto del Misterio Eucarístico de Agüero” se realiza la misma comunión hasta llegar a lo pagano si lo entendemos en términos estrictamente ortodoxos. Escuchémoslo:


Si alguna vez yo comulgar quisiera
Lo haría con pétalo de rosa,
Porque trae en su lámina sedosa
El monograma de la primavera.

Ella sí que parece verdadera
Santa carne de Dios, maravillosa,
Como la nieve casta y olorosa
Y no la hogaza de color de cera.

Yo abriría los labios, lentamente,
Como el niño que espera que un maduro
Fruto le venga a su deseo ardiente.
Y gustando ese pétalo brillante
Yo sentiría que una luz fragante
Se abre en mi ser y me lo torna puro.


Una vez más la necesidad de abrirse a la experiencia de los sentidos para creer: “Ella sí que parece verdadera”. Pero podemos también pensar que el poeta no reniega del Creador sino que lo admira y venera en su creación. Si nos remitimos al punto de vista simbólico, se habla de la Rosa como una copa o cáliz, en definitiva un receptáculo destinado a recibir las influencias celestes. Y no nos olvidemos de aquel Rosa Mística con que se denomina a María, de donde proviene Rosario, la oración por excelencia del cristianismo.
Agüero coincide con Lafinur también en su preocupación por los grandes temas históricos. Si Lafinur escribe su “Oda a Belgrano”, no podemos dejar de recordar la “Oda a un héroe civil de Agüero”, dedicada a Sarmiento y el tema épico en “El llamado” que, como sabemos, relata la gesta de San Martín para liberar a Chile, emparentada con la “Oda a la libertad de Lima”, de Lafinur. Y aquel “Digo las Guitarras” de Agüero ¿no será acaso una respuesta a la polémica juvenil de su precursor? ¿No habrá querido también él terciar en la disputa, ya con mayor madurez y a la luz de lo que el contacto con su pueblo le fue revelando? Recordemos que Juan Cruz Varela llama a Lafinur “murmurador de guitarras”.
Vimos cómo Agüero compara al poeta con“el montañista que asciende hacia la búsqueda de una cumbre lejana, sobre un angosto cordón rocoso, flanqueado por una infinita muralla y un infinito abismo.” Estas palabras nos remiten por analogía a aquel cruce de la cordillera que realizó Lafinur en pos del exilio, en el que concretó un símbolo más de su condición de poeta. Lo vemos cruzar las cumbres heladas como hacia el territorio inalcanzable de la poesía que se le escapará quizás para siempre cuando llegue a Chile y deba aplicarse a lo que todo hombre normal aspira: un empleo, una familia. Entonces el poeta cae y su destino se rompe en ese contraste entre sus sueños y la amenazante rutina.
Sabemos que Eulogia Nieto, la mujer que Lafinur desposó en Chile, lo sobrevivió hasta una edad avanzada. Y me animo a pensar entonces que fue el mismo Lafinur quien, una de esas noches en que Agüero se desvelaba sobre el papel en blanco, dictó al otro corazón ardiente de poeta, a su hermano en la poesía y en el terruño, aquellos versos que no pudo dejarle a su amada para cuando llegara a la ancianidad. Lo transcribi aquí para ustedes.

ANCIANA Y ROSA

Tal vez alguna tarde, como ésta, de verano,
te ha de hallar viejecita, menuda y arrugada,
cuando el jardín recorras buscando la nevada
y más reciente rosa para adorno del piano...

El peso de la rosa fatigará tu mano,
y el olor de una rosa, como una delicada
voz pequeña, te hablará de la dicha pasada,
de mis ojos ausentes, de mi nombre lejano.

Con la rosa en los dedos irás entre la brisa
encorvada y soñando: el sol antiguo y bello
será sobre las ramas como un pájaro hermoso...

Y acaso tú sonrías con tu ajada sonrisa,
Y acaso tú levantes las manos a tu cuello
por ahogar un suspiro, por vencer un sollozo.

Este poema podría haber sido el epílogo perfecto de mi novela. Porque no puedo sino imaginarme a esa anciana como Eulogia, recogiendo en el jardín la rosa para el piano de su amado Lafinur, que partiera hace ya tiempo y llevándose luego la mano al cuello “por ahogar un suspiro, por vencer un sollozo”.
Para finalizar quisiera volver sobre aquel epíteto de burla: “espejo de cuerpo entero”, con que cariñosamente llamaba a Lafinur su amigo Varela. El parentesco del espejo con el agua es de todos conocido. El chileno Vicente Huidobro nos lo recuerda en uno de sus poemas:
Mi espejo, corriente por las noches
Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.

Y no puedo dejar de asociarlo con aquel “Romance del niño del agua”, de Aguero, donde el arroyo es, para el niño que se asoma a él, un espejo, espejo de cuerpo entero, que “tiene nubes, tiene estrellas,/ nogales y juncos finos”. El niño repite el destino de Narciso, otro tema clásico, y se ahoga en el arroyo. Entonces pienso que, así como Juan Crisóstomo Lafinur es ahora para nosotros “un espejo de cuerpo entero” en donde todos deberíamos mirarnos, Aguero, con su temprana imaginación y su sentir alucinado, se vio reflejado allí, en ese niño que detrás del espejo, como él mismo lo dijo: “me habla si yo le hablo/ y mira si yo le miro”. Ese Lafinur niño que vivió en La Carolina hasta los nueve años, y que seguramente tenía la “frente de lisa luna, los ojos color jacinto”. Y fue su misma madre, la madre de Aguero quien besó, como la del poema, las sienes de su hijo, esas sienes por donde subía "la marea de un delirio" que lo llevó a querer asumir, él también, ese mismo destino de poeta que el otro, su antepasado, le señalaba.

la fuente secreta: Paciencia

la fuente secreta: Paciencia

viernes, 19 de febrero de 2010

Leda Valladares y Paulina Movsichoff




En la foto de arriba: Nicandro Pereyra, Paulina Movsichoff y Leda Valladares en la presentación de "Temblor que se pornuncia", de Paulina Movsichoff, en Bs.As.,1977.

En la foto de abajo: Paulina Movsichoff y Leda Valladares en la presentación de la Antología del Cancionero Tradicional Argentino: "A la sombra de un verde limón". Bs.As-,1984