miércoles, 21 de septiembre de 2011

Digo la Tonada- Antonio Esteban Agüero


El Idioma nos vino con las naves,
sobre arcabuces y metal de espada,
cabalgando la muerte y destruyendo
la memoria y el quipo del Amauta;
fue contienda también la del Idioma,
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michelingue
con persistencia de remota llama;
rotas fueron las voces ancestrales
perseguidas, mordidas, martilladas
por un loco rencor sobre la boca
del hombre inerme y la mujer violada.

Y el idioma triunfó, los ruiseñores
de Castilla vencieron, la calandria
cuya voz era tierra, barro nuestro,
son y zumo de tierra americana
de repente calló cuando los hierros
agrios del odio en su color de fragua
le marcaron el pecho que gemía
y segaron la luz de su garganta…

Pero la lucha prosiguió en el sombra,
una guerra de acentos y palabras,
de fugitivas voces y vocablos
con las venas sangrantes que buscaban
refugiarse en la frente o esconderse
en la nocturna claridad del alma
perdiendo expresión y contenido,
la sonora raíz, la leve gracia,
el poder bautismal y la semilla
para ser sólo la sutil fragancia
que nos sella la voz con el anillo
popular y común de la Tonada.
Yo entrecierro los ojos y la escucho
venir y llegar hasta mi almohada
como un largo rumor de caracola,
como memoria de mujer descalza,
como llega la música en la brisa
si la brisa es arroyo de guitarra;
y la siento volar en la tertulia
de labio en labio, mariposa mansa,
suave cuerda que vibra,
quena sorda,
o fugaz sugerencia de campana;
y la escucho en la voz que me despierta
con el mate y su luz en la mañana
cuando el sol es un padre que nos dona
el reciente verdor de la esperanza;
y la escucho en un niño que transita
por el sendero que trazó la cabra
y me grita: ¡Buen día! Y me conforta
con la sonrisa de su alegre cara;
de repente la siento que rodea
mi corazón como una mano blanda
si la voz de la madre o de la esposa
se florece con íntimas palabras;
alguna noche la escuché en Rosario
en la voz de una joven que pasaba
y eso sólo bastó para que viera
amanecer los cerros del Conlara;
y otra noche la oía en Buenos Aires,
en muchedumbre de no sé qué plaza,
sobre un grito vibrante que decía
titulares de prensa cuotidiana;
cómo es dulce sentirla cuando llega
desde una boca de mujer besada
con el “sí” suspirado que promete
una cálida rosa para el ansia;
y la escucho sonar entre los niños
de un pueblecito que se dice larca
mientra mueven las manos en el juego
escolar y rural de la payana;
y la siento rezar en el velorio,
y saltar en el arco de la taba,
y volverse puñal en el insulto,
y suspirar en la recién casada.
Donde quiera que esté yo la escucho
y tras ella regreso a la comarca
donde soy una piedra, una semilla,
una nube y un pájaro que canta…


No tenemos bandera que nos cubra
tremolando en el aire de la plaza,
ni canción que nos diga entre los pueblos
cuando suene el clarín y la proclama
desanude las últimas cadenas
y destruya el alambre y la muralla,
pero tenemos esta voz secreta,
esta música nuestra soterrada, este leve clamor,
esta cadencia, este cuño solar, esta venganza,
este oscuro puñal inadvertido
este perfil oral, esta campana,
este mágico son que nos describe,
esta flor en la voz: nuestra Tonada.

Un hombre dice su pequeño país. Editorial Universitaria San Luis

jueves, 21 de abril de 2011

Digo el llamado- Antonio Esteban Agüero



Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los Chasquis por las calles
de la ciudad donde Dupuy gobierna,
conduciendo papeles que decían:
"El General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado
de Libertad que les envía América".
Y firmaba Dupuy, sencillamente,
con la mano civil y la modestia
de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.

Y los Chasquis partieron, con el poncho
como un ala flotando en la carrera,
hacia todos los rumbos provinciales
por los caminos de herradura o huella,
ignorantes del sol y la fatiga,
sin pensar en la noche o la tormenta;
llegaron hasta el Morro por la tarde,
y por el alba cabalgaron Renca,
y entregaron mensajes en La Toma,
en La Carolina y La Estanzuela,
en la villas de Merlo y Piedra Blanca,
en el Paso del Rey y Cortaderas,
en Nogolí también y San Francisco,
en cada población y en cada aldea,
y en estancias y oscuras pulperías
y en velorios, bautizos y cuadreras,
dondequiera paisanos se juntaran
en solidaria diversión o pena.

Y los hombres dejaban el arado,
o soltaban azada o podaderas,
o la hoz que segaba los trigales,
o la taba o el truco en la taberna,
o el amor de las jóvenes esposas,
o la estancia feudal, o la tapera,
o el cedazo que el oro recogía
cuando lavaban misteriosa arena,
o el telar, o los muros comenzados,
o el rodeo de toros en la yerra,
para ir hasta el Valle de las Chacras
donde oficiales anotaban levas.
Y hasta había mujeres que llegaban,
con vestidos de pardas estameñas,
al umbral de Dupuy para decirle:
"Vuesa Merced conoce mi pobreza,
yo no tengo rebaños ni vacadas,
ni un anillo de bodas, ni siquiera
una mula de silla, pero tengo
este muchacho cuya barba empieza".

De Mendoza llegaban los mensajes
breves, de dura y militar urgencia:
"Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
necesito caballos, más caballos;
necesito los ponchos y las suelas,
necesito cebollas y limones
para la puna de la Cordillera;
necesito las joyas de las damas;
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesito vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para más gloria de la Madre América..."

Y San Luis obediente respondía
ahorrando en la sed y la miseria;
río oscuro de hombres que subía,
oscuro río, humanidad morena
que empujaban profundas intuiciones
hacia quién sabe qué remota meta,
entretanto el galope levantaba
remolinos y nubes polvorientas
sobre el anca del último caballo
y el crujido final de las carretas.

Y quedaron chiquillos y mujeres,
sólo mujeres con las caras serias
y las manos sin hombres, esperando...
en San Luis del Venado y de las Sierras.

de "Un hombre dice su pequeño País"


Cultura Sanluiseña
Antonio Esteban Agüero nació en Piedra Blanca (Provincia de San Luis, República Argentina) el 7 de febrero de 1917 y falleció el 18 de junio de 1970. Sus restos descansan en el cementerio de Merlo. Su primer matrimonio se efectuó en México, el 4 de enero de 1952 con Elia Barbosa Fernández, madre de su única hija, la doctora María Teresa Agüero.





Se graduó de Maestro Normal Nacional en la Escuela Normal "Juan Pascual Pringles" de la Ciudad de San Luis. Desempeñó importantes cargos públicos en su provincia. Presidente del Consejo Provincial de Educación (1955/56), Director de Cultura (1957), Ministro de previsión Social y Educación (1957), Ministro de Gobierno (1958/59), después de haber sido proscripto y perseguido durante los difíciles años del peronismo. Su poema 'Canción del hombre libre' habla de esas persecuciones.

Su vocación literaria se manifestó a temprana edad, los primeros relatos y poemas datan desde sus quince años. En 1937 se publica su primer libro. ("Poemas Lugareños)

Poeta y prosista obtuvo distinciones por varios de sus trabajos: "Retrato de un dama" obtuvo el 1º Premio de Poesía y Medalla de Oro, 1947, de la Dirección General de Cultura de Córdoba, "Las cantatas del árbol" y "Romancero de niños" fueron galardonados con el 1º Premio Nacional de Literatura Regional, máxima distinción a que puede aspirar un escritor residente en el interior del país. En 1958, la Dirección Nacional de radiodifusión le otorgó la Medalla de Oro por la mejor conferencia de carácter histórico.

Desde 1938, Agüero colaboró en el suplemento dominical del diario "La Prensa" (Buenos Aires), y en numerosas revistas y periódicos argentinos y extranjeros: "La Nación" (Chile), "El Comercio" (Perú), "El Hogar", "Mundo Argentino", "Vosotras", "Los Andes", "Los Principios", "Ideas" (San Luis) y "Revista de San Luis", entre otras.

En 1960 el diario "Clarín" de Buenos Aires otorgó al poeta, por voto unánime de los tres jurados (Jorge Luis Borges, Enrique Larreta y Fermín Gutiérrez), el premio del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo a su poema "Un hombre dice a su pequeño país".

En 1970, Antonio Esteban Agüero recibió el título de Doctor Honoris Causa Post-Mortem de la Universidad Nacional de San Luis, por Resolución Rectoral Nº 109 del 28 de Setiembre de ese año.

Numerosos escritores y críticos argentinos y extranjeros se han ocupado de la obra poética del poeta puntano: Juana de Ibarbouru, Fermín Silva Valdés, José Vasconcelos, Enrique Larreta, Ricardo Nervi, Abelardo Arias, Alejandro Nicotra, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges, entre otros.

Entre sus principales publicaciones se destacan: "Poemas lugareños" (1937), "Romancero Aldeano" (1938), "Pastorales" (1939), "Romancero de niños" (1946), "Cantatas del árbol" (1953), "Un hombre dice a su pequeño país" (1972), "Canciones para la voz humana" (1973) y "Poemas Inéditos" (1978). Estos tres últimas obras fueron publicadas póstumamente por su segunda esposa: Rosa Romanella de Agüero.

martes, 18 de enero de 2011

Benito Juárez- Bernardo Movsichoff



Juárez es el hombre que ejemplifica más típicamente como un ser de la más humilde condición puede escalar las posiciones públicas más altas. Es también un mentís rotundo a los inventores de las diferencias de razas que pregonan la superioridad de unas sobre otras. Juárez, indio auténtico, llegó por las condiciones privilegiadas del alma y del cerebro, a la primera magistratura de México y si esto no fuera suficiente, se convirtió en el héroe de un pueblo que lo muestra como ejemplo a sus hijos y a los hijos de los otros pueblos americanos.
Perteneció Juárez a los Zapotecas, indios de México, nació en San Pablo de Gualetao, aldea humildísima rodeada de montañas, cercada de naranjos y limoneros y frente a un lago “La Laguna Encantada”; no conoció ni el idioma castellano y deseoso de aprender se trasladó a la población de Oaxaca sirviendo en casas particulares por la paga de aprender a leer y a escribir.
Tenía, decía Juárez en sus apuntes autobiográficos, una secreta aversión por la profesión de clérigo, pero el Seminario era el único lugar para proseguir sus estudios, e ingresó allí para compenetrarse del Latín; pero luego se fundó un Instituto de Ciencias y Artes, independiente de la influencia del clero, y Juárez entró, donde más tarde tuvo a su cargo la cátedra de Derecho Civil.
Lástima grande que la tiranía espacio, impida seguir la vida de este hombre que demostraría lo que puede el esfuerzo humano para superarse, lo que realiza un verdadero autodidacta para ser útil a sí mismo y a sus semejantes.
Juárez es, sobre todo, conocido por sus luchas contra el invasor extranjero, es exaltado por su acción contra las tropas de una nación poderosa de Europa que bajo la égida de un Emperador despótico deseaba avasallar a una pequeña nación americana. Pero esta no es la cualidad fundamental de Juárez, supo, y esto es lo maravilloso de su obra, penetrar en la más profunda fibra de su pueblo trasmitiéndole su espíritu que perdurará eternamente; fue una fuerza, una fuerza civil que trató de infundir en un pueblo belicoso y levantisco, que solo la fuerza civil es símbolo de civilización, que solo la fuerza civil es sinónimo de progreso.
Por eso, porque los ejemplos entran por los ojos, Juárez a pesar de tener grado militar y dirigir las tropas en calidad de jefe contra el invasor, jamás usó uniforme, su indumentaria característica era la de un frac negro y se lo denominó “El presidente de frac negro” que era lo mismo que decirle el presidente civil de espíritu popular.
Es Juárez quien reforma como primera obra de gobierno la Ley de Justicia que luego llevara su nombre. La ley anterior adolecía del defecto de establecer tribunales especiales para las clases privilegiadas; extinguió el fuero eclesiástico en la rama civil; a los militares solo les dejó el fuero en los delitos y faltas puramente militares, suprimió también los otros tribunales especiales.
Esta ley fue la chispa que produjo el incendio en la Reforma: separación de la Iglesia del Estado, modificaciones agrarias y leyes sapientísimas que transformaron la economía del país estancado con las cadenas de los viejos vicios coloniales, dejando sentadas las bases de una nueva nación.
A Juárez se le conoce con varias denominaciones, pero seguramente la que más se adapta a su personalidad es la que le dice “El Indio Sublime”. ¡Indio sí! que no desmerece en nada a ninguna raza de la tierra, ¡sublime sí! porque se inmortalizó en un pueblo que lo ha convertido en el símbolo de la Libertad, de la República y de la Patria.



Bernardo Movsichoff. Un socialista romántico- Editorial Metáfora